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Joaquín Achúcarro Actuó ayer en el cine Fantasio de Navia

"Soy un pianoadicto, necesito mi droga diaria, ¡y qué suerte que no tenga cura!

"Toqué por primera vez en Asturias en 1954 y tengo recuerdos inolvidables, es maravilloso cuando te quieren así"

Joaquín Achúcarro, ayer en Navia.| | MIKI LÓPEZ

Qué bien le suena Asturias a Joaquín Achúcarro. El pianista bilbaíno acrecentó ayer su leyenda en el cine Fantasio de Navia acompañado de viejos amigos como Bach, Mozart o Albéniz. El 1 de noviembre cumplirá 90 años y conserva la misma ilusión que el primer día que subió a un escenario. Maestro y aprendiz siempre. Un "pianoadicto" incurable.

–Vaya que sí me hace ilusión estar en Asturias. Venimos de Japón, de un concierto cancelado el año pasado. Viajar cada vez pesa más, sobre todo por la cantidad de papeles que te piden, la cantidad de cosas que te meten por la nariz y la garganta. Las ganas no te las quitan pero cada vez es más difícil.

–Noventa años pronto...

–Uno de noviembre, Todos los Santos, por eso me llamo Joaquín María Santos.

–¿Su receta de vida plena?

–Saber el campo que uno está cultivando. En el programa de Navia están algunos de los mejores cerebros que ha producido la Humanidad, fíjese si es importante estar en relación con Mozart o Bach.

–¿El público cada vez sabe más de todo?

–En la punta del dedo tienes toda la información que se quiera. Casi todo el mundo conoce casi todo. Eso trae consigo una pérdida del asombro. No es mi caso, porque cuanto más conozco a Mozart más me asombra que haya existido un genio de ese calibre. O Beethoven. No lo puedo entender. Es aplastante lo que ha hecho esa gente. Yo no me aburro, desde luego.

–¿La Inteligencia Artificial nos dará un Bach algún día?

–La de cosas que se han dicho que no llegarían y luego sí... Nunca se llegará a la Luna, a Marte... Nunca podrá una máquina ganar al ajedrez. A mí me da mucho miedo. Muchísimo. No sé si usted vio una película, "2001", en la que una supercomputadora se vuelve asesina. No sabemos. Me sobrepasa mi capacidad de comprensión. Me pregunto qué verán mis nietos y bisnietos en el futuro.

–¿Recuerda su primera vez en un escenario?

–¡Cómo no! 20 de mayo de 1946. Concierto en re menor de Mozart en la Filarmónica de Bilbao por su 50.º Aniversario. Y la primera vez que vine a Asturias. En 1954. Salí de Bilbao a las siete de la mañana y llegué a Oviedo a las diez y media de la noche. Aquellos trenes de vía estrecha que paraban en todas las estaciones. Mi relación con Asturias no se puede describir. Asturias, patria querida. Recuerdos que nunca se pueden olvidar. Nunca. Con cuidado el día del concierto de no comer demasiada fabada. Después de este concierto iré a Torroella de Montgrí. Llevo 38 años tocando en ese festival. Son cosas que no entiendo. El cariño mutuo es fantástico. Es maravilloso saber que en algún sitio te quieren de esa manera. Como en Asturias.

–En una entrevista que le hicieron con 74 años decía que se sentía como un muletilla en busca de oportunidad. ¿Y con 89?

–¿He tenido alguna vez 74 años? (Ríe) Ahora tengo más miedo al toro. He visto tantas cosas en la música que me gustaría que saliesen y darlas al público... Vivirlas juntos. El problema de seguir tocando es cada vez mayor. Tengo que trabajar cada vez más. Con más atención. Con más profundidad. Uno se siente muy pequeño al estar cerca de algunos de mayores genios que ha dado la historia.

–¿Su miura favorito?

–El siguiente. El que tenga delante. Es algo que le interesa a todo el mundo. ¿El más grande? ¿El que más me gusta? ¿Qué disco se llevaría a una isla desierta? Yo ninguno porque allí no hay para ponerlo. ¿Qué más me da si Velázquez era mejor que Rembrandt, o al revés? Si estoy viendo un Picasso lo estoy disfrutando, qué más da si es mejor o peor que Goya.

–¿Hay mucho esnobismo en el mundo de la música, gente que sabe menos de lo que dice?

–En el mundo donde yo me muevo no. Todos los aficionados a la música son aficionados a la música, punto, y saben quién es Beethoven, saben quién es Mozart. Alguna vez sí he conocido a alguien que me dice: qué fácil lo suyo, sale, toca, se embolsa el dinero y se va. Mire, antes de ganar el concurso internacional de Liverpool estuve trabajando 48 horas semanales cronometradas. Nueve el lunes, nueve el martes, seis el miércoles, nueve el jueves, nueve el viernes, seis el sábado y cero el domingo, total descanso. He hecho un DVD con motivo de mis 90 años en una de las salas del Museo Guggenheim de Bilbao, con Marilyn Monroe detrás. En dos días hubo que hacer hora y pico de música. Cuando terminé me fui a la cama tarde y desperté a las once de la mañana de lo agotado que estaba.

–¿Sueña con música?

–Cada vez más frecuentemente. Y tengo sueños recurrentes. La pesadilla de que llegas al teatro y no es en ese teatro, o que sales y no es ese programa. Incluso lo viví en la vida real. ¿Que cómo se sale de esas situaciones? Mal. Como uno puede. Como cuando caes al agua, no te fijas si el estilo es bueno, solo flotas.

–¿Qué puede aportar el arte en estos tiempos de cólera?

–Lo que ha aportado siempre. Una especie de esperanza de que la Humanidad no es tan bestia como parece. Nunca ha dejado de haber guerras, y el arte es el lado bueno.

–¿El público mal educado le puede distraer?

–Ha mejorado mucho eso. En Japón tenían que usar mascarilla y no podían gritar "bravo". Bueno, pues estaban con carteles que ponían "bravo" y los agitaban. El público ha aprendido a estar callado. Hubo un tiempo en el que las toses casi no dejaban oír el concierto pero se ha corregido casi totalmente. De todos modos, hay un momento milagroso en que, de repente, el silencio tiene otro cariz. Es algo dificilísimo de explicar. Imposible, mejor dicho. Significa: hemos conectado.

–¿Cómo lleva las críticas negativas?

–Uno no es Dios todos los días, unas veces sale mejor y otras peor. Trabajamos para que no suceda pero a veces hay un mal entendimiento con el director, una mala acústica... Puede pasar cualquier cosa, y por eso al salir al escenario todo el mundo está nervioso.

–¿Por qué se enamoró del piano?

–No fue a primera vista, cuando me sentaban a tocar do, re, mi, fa, sol y los demás niños estaban jugando yo odiaba el piano. Del odio a la aceptación, y de ahí a la curiosidad, al interés y a la afición. Un crescendo cada vez mayor. Yo ahora me llamo un pianoadicto, necesito mi droga diaria. No tiene cura y ¡qué suerte que no la tenga!

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