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La OSPA remata la temporada por todo lo alto

Luis Fernando Pérez entusiasmó con su enérgica interpretación de Brahms

Se cierra una temporada de celebraciones para la OSPA; los veinticinco años de la orquesta han sido todo un regalo para los amantes de la música sinfónica en Asturias, ya que han traído a la región a numerosos directores vinculados a esta institución y han multiplicado las actuaciones de la orquesta con programas variados y de gran exigencia. En Gijón, esta primavera ha sido una de las más sinfónicas en años, con media docena de conciertos de la OSPA en el Teatro Jovellanos. El jueves se celebraba el último del ciclo "Cuadernos de viajes" con obras de Brahms y Richard Strauss y bajo la batuta del director titular de la orquesta: Rosen Milanov.

Resulta complicado decantarse por una de las dos partes del concierto, pero lo que está claro es que la OSPA ha querido echar el resto con un programa marcado por las grandes dimensiones y la intensidad, tanto sonora como emocional. Sonó primero el "Concierto para piano nº 1" de Brahms, una obra de juventud que fue reelaborada a lo largo de varios años y que encierra un espíritu romántico y atormentado en sus tres movimientos. El piano tarda en entrar, pero cuando lo hace replica de forma virulenta la introducción de la orquesta. Luís Fernando Pérez supo leer a la perfección el lenguaje de la obra afectando los desarrollos temáticos más líricos con retardos y contraponiéndolos al ímpetu de otros más violentos. El pianista se implicó a fondo en una interpretación virtuosa, apasionada y de amplia gestualidad, hasta el punto de tener que quitarse la chaqueta al final del primer movimiento. El "Adagio" fue más calmado, pero sin perder ni por un instante la emoción, y dejó el protagonismo al piano; mientras que el "Rondó" final volvió a imprimir fuerza y violencia a la interpretación. Hubo ovación por parte del público, pero sin propina.

El escenario se llenó de músicos e instrumentos en la segunda parte. La "Sinfonía alpina" de Richard Strauss es el último poema sinfónico del compositor alemán, y demuestra la complejidad que había alcanzado su lenguaje orquestal al requerir un gran despliegue de instrumental y elementos poco habituales en la orquesta convencional. Además, huye de recursos explícitamente descriptivos para evocar los paisajes de la naturaleza alpina a lo largo de un ciclo de 24 horas. La calma y el misterio de la noche con la que comienza la obra se rompen progresivamente con un crescendo interminable para reflejar el amanecer y comenzar un recorrido por la montaña, los bosques, las praderas y los riachuelos de los Alpes. Desde el comienzo, la OSPA estuvo soberbia, y Milanov espectacular en el control dinámico de la progresiva salida del sol. La tormenta o los momentos de peligro sirvieron para que metales y percusión se expresaran con todo su poderío, mientras las maderas protagonizaron los momentos más bucólicos. Una vez más, resulta difícil destacar la labor de un grupo instrumental de la orquesta, porque fue el conjunto el que destacó; detalles, colores, dinámicas? la OSPA respiró como un único cuerpo, dejando congelado a un público que no se atrevía a aplaudir al final de la obra por temor a romper la magia (o a meter la pata).

Este poema sinfónico fue el colofón a una brillante temporada en la que las obras de grandes dimensiones se han impuesto en los programas. La ovación final fue bastante más prolongada de lo habitual, un claro reconocimiento a la labor desempeñada por la orquesta en su veinticinco aniversario.

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