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La Semana Profesional del Arte se consolida, ¿cómo podría ser su siguiente edición?

Pablo Luis Álvarez

Pablo Luis Álvarez

Para quienes tienen el arrojo y la iniciativa de sostener una nueva plataforma para el arte contemporáneo, el afecto de la ciudadanía trae consigo una profunda satisfacción y la seguridad de saber que algo se está haciendo bien. Sin duda, es necesario discernir el momento adecuado para la crítica y aplaudir que, al menos durante unos días, miles de asturianos se acercaron a la Fábrica de la Vega, y a otros espacios de Oviedo, a conocer la obra de reconocidos artistas contada y compartida por ellos mismos: un verdadero obsequio. Esto tampoco puede bastar para decir que se ha encontrado la fórmula perfecta o que no hay lugar para cambios sustanciales en el futuro. Como mucho de lo escribo, este texto tiene un carácter especulativo y quiere ser una contribución, sin duda minúscula, a un proyecto que sólo puedo conocer desde la lejanía.

A oídos anglosajones, la expresión "arte profesional" le puede dejar a uno un tanto perplejo. El arte es un trabajo y una profesión "ab initio", desde el principio. Eso no significa que quienes por ejemplo estudian un MFA (Master of Fine Arts) entiendan su trabajo y su obra con igual profundidad que quienes lo hacen de manera autodidacta. Frente a muchos de mis colegas, que se muestran críticos con la proliferación de estudios de posgrado y doctorado en Bellas Artes, yo sí creo que mejores universidades producen mejores artistas (y que hasta las malas, que en Reino Unido no son pocas, también hacen al artista mejor).

En este sentido, sorprende también que la Semana Profesional del Arte sea por definición una semana del artista –o más bien del artista consagrado– como si no hubiese muchas otras profesiones en el arte que son condición para su recepción y circulación (comisarios, críticos, educadores, mediadores, etc). Pero más extrañeza me causa que el formato estrella de esta iniciativa sea, junto al taller infantil, el encuentro del público general con el artista, cuya traca final este año ha sido la conversación de Alfonso Palacio con Miquel Barceló –evento que a mí mismo me pone los dientes largos–.

En una región que no tiene una facultad de Bellas Artes, nuestros artistas jóvenes, sin duda no menos profesionales que los ya consagrados, necesitan de una serie de conocimientos fundamentales que una plataforma como la que dirige Marta Fermín puede ofrecer. Estos saberes, por los que hay en general un profundo desprecio dentro el mundo del arte, son los que sitúan verdaderamente a las prácticas artísticas en la siempre cambiante constelación del trabajo: cómo presentar una obra al público experto y al no especializado, cómo rellenar con éxito una solicitud para una beca, cómo comunicar una propuesta a una convocatoria de residencia artística, qué relación existe con otros agentes del arte o cómo presentar un buen dossier a una galería privada. Y también otras cuestiones de carácter teórico que no tienen por qué arreglarlo todo de una vez pero que hacen avanzar una práctica artística concreta: como les digo a mis alumnos, casi todos ellos artistas, si de lo que nos habla tu obra puede ser contado en un ensayo, ¿qué nos aporta tu trabajo?.

Igualmente, es siempre un lujo poder escuchar a artistas de larga trayectoria compartir con nosotros su sabiduría práctica—de esta “frónesis” que habrían dicho los griegos, es decir, lo que se aprende de un arte al ejercerlo, siempre nos llevamos algo. Se me ocurre por ejemplo—no habría sido imposible—que tras la valiosa charla de Barceló, diez artistas asturianos de menos de 30 años hubiesen tenido la oportunidad de acceder a unas mentorías individuales con él. Porque hay algo sobre lo que me parece difícil discrepar: que los artistas profesionales son los que están en contacto con otros artistas. La semilla de esto ya está en la Semana Profesional del Arte. Hagámosla germinar.

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