Ganador nato y luchador constante, a Luis Enrique Martínez García (Gijón, 8-5-1970) le bastó una campaña en el Sporting para demostrar que se estaba fraguando un futbolista de talla internacional. Tras debutar en el primer equipo el 24 de septiembre de 1989, en un partido frente al Málaga en El Molinón que, con 0-1, marcaba el comienzo de la etapa de Jesús Aranguren, una lesión le impidió ayudar a lograr la permanencia, ya con García Cuervo en el banquillo. Fue al año siguiente, de la mano de Ciriaco Cano, cuando "Lucho" explotó con 15 goles y un hambre de éxito que revitalizó al conjunto gijonés. Un gol suyo en Mestalla, en la jornada con la que se cerraba el campeonato, certificó la última clasificación del Sporting para la Copa de la UEFA.

"Tenía que salir futbolista por narices", comentaba en su día su madre, sabedora del espíritu de un guaje capaz de desafiar cualquier barrera para cumplir con su sueño. Luis Enrique evidenció durante su carrera que calidad y talento no están reñidos con el sacrificio. También que las ganas de ganar están por encima de ajustarse a roles o demarcaciones en el campo. Lo importante es contribuir a la causa. En la encuesta realizada por LA NUEVA ESPAÑA para la elección del mejor once de la historia del club rojiblanco, "Lucho" apareció en puestos de todas las líneas, salvo el de la portería. Lateral, centrocampista, extremo o delantero centro, fue como atacante donde el público de El Molinón descubrió que Mareo alumbraba otro gran futbolista. Un año de Luis Enrique fue suficiente.

Su historia futbolística se inició en el equipo de fútbol-sala del Xeitosa, de la mano de Brito. Allí ya llamaba la atención el ímpetu de un crío que se manejaba con las dos piernas y encaraba a cualquier rival con descaro. En aquel equipo conoció a Abelardo, amigo para toda la vida y compañero hasta que sus caminos se separaron en aquel verano de 1991. Juntos dieron el salto a Mareo, abandonaron la cantera rojiblanca para hacer parada en La Braña, y regresaron al filial para acometer la escalada definitiva al primer equipo. También hacia el éxito. La brillante campaña del gijonés en la 1990-91 motivó que el Real Madrid pagara su cláusula de rescisión 1,5 millones de euros (250 millones de las desaparecidas pesetas).

El gran rendimiento que mostró como rojiblanco le sirvió para estrenarse como internacional sub-21. Una presencia con la selección que se vería ampliada cuando conquistó el oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, junto a Manjarín y Abelardo. Vistió la camiseta de España en categoría absoluta en 62 ocasiones, disputando tres Mundiales y una Eurocopa, en las que también mostró su capacidad goleadora con doce tantos.

Tras cinco campañas en las filas del Madrid, donde fue de menos a más, se incorporó al Barcelona, un cambio reservado a pocos. En el conjunto catalán vivió su mejor época y decidió colgar las botas, tras ocho campañas como azulgrana. En el Barça también abrió su etapa en los banquillos, siendo nombrado, en 2015 mejor entrenador del mundo tras llevar al equipo culé a conseguir Liga, Copa, Liga de Campeones, Supercopa de Europa y Mundialito de clubes.

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