Conozco a Don Fernando (pues es así como le conocemos y nos dirigimos a él los feligreses pertenecientes a la parroquia de El Coto), desde que fuera nombrado párroco de nuestro barrio, allá por el año 1983. Eran tiempos aquellos en los que no veías a un solo niño corriendo detrás de un balón, luciendo una camiseta (por supuesto ninguna 'oficial') que no fuera otra que la del Sporting. Y los más privilegiados con el número nueve y el nombre de Quini impresos en la espalda.

Tuve el honor de que ya como capellán del Real Sporting de Gijón (Sociedad Anónima Deportiva para desgracia de todos los sportinguistas), puesto que lleva ocupando desde hace dos décadas, oficiara en mi matrimonio, además de haber después también bautizado a mis dos hijas. Es por ello que reconozco abiertamente, que mi opinión sobre toda esta polémica que se ha montado en relación a su desalojo del vestuario en la previa de los partidos disputados en El Molinón, puede pecar (y peca de hecho), de parcial y subjetiva.

Lo primero que quisiera es pedirle perdón a Don Fernando (o al Padre Fueyo, como prefieran ustedes), porque sé muy bien que él es quien más lamenta que todo este asunto se haya salido de madre y quien preferiría que no se siguiera hablando ni un solo día más del tema. Sabe asimismo mejor que nadie (pues en su caso la experiencia no es un grado, sino al menos dos), que nada hay más dañino para el club, dada la situación crítica que atraviesa en la actualidad, que cualquier noticia extradeportiva que pueda desviar o despistar la atención de lo realmente importante. Y lo realmente importante es ganar de una vez por todas y con ayuda divina o sin ella, iniciar el camino hacia la salvación.

Pero precisamente porque coincido en que lo primordial en estos momentos es centrarse en lo deportivo, es por lo que me atrevo a calificar como inoportuna y torpe a más no poder, la decisión adoptada por Rubi con respecto al capellán. Porque estando en su perfecto derecho de imponer en el vestuario que dirige, las normas que considere oportunas, generar esta innecesaria y estéril división entre los seguidores rojiblancos, con algo tan personal y sensible como es la religión (porque es este y no otro el trasfondo de toda esta historia), no reportará beneficio alguno a la causa común que nos une a todos los sportinguistas. Es ahora cuando más imprescindible es que exista no solo una comunión entre la afición y el equipo, con su cuerpo técnico a la cabeza, sino también entre la propia afición.

De verdad que me duele por Don Fernando, una persona afable y bondadosa como pocas y que atesora más sportinguismo en una sola uña de esas manos con las que bendecía a los jugadores antes de saltar al campo, que muchos de los que recibían esa bendición. Pero recuerden las palabras de Nico: el tiempo pone a cada uno en su lugar.