Un gol prácticamente en la última acción del partido evitó que un Sporting que no había disparado ni una sola vez a puerta en todo el partido, pudiese regresar a Gijón con un ‘puntín’ que hubiese sabido a gloria. Y que con toda seguridad hubiese cambiado el cariz de más de una crónica, pues es innegable que en el fútbol el resultado muchas veces lleva a perdonar lo que de otro modo no se perdona.

La derrota en Riazor podría catalogarse de injusta, en cuanto a que el Dépor tampoco es que disfrutara de numerosas ocasiones de peligro. Es más: aparte del gol y el penalti marrado en el primer tiempo, cuesta recordar alguna intervención digna de mérito por parte de Mariño.

Pero igualmente podría entenderse como justa si tenemos en cuenta el excesivo conservadurismo con el que el Sporting afrontó el partido; y no digamos ya, desde que se quedase con diez jugadores sobre el césped tras la expulsión de Cofie en el minuto 75.

Porque una cosa muy distinta es salir con la premisa clara de mantener tu puerta a cero como primer objetivo y otra la de dar por bueno el empate a ceros desde el pitido inicial. Visto el partido da la sensación de que en Baraja lo segundo pesaba más que lo primero.

Lo cierto es que de no ser por ese saque de esquina en el 93, defendido quizás no con toda la concentración que merecía el momento, Baraja habría conseguido su objetivo. Con ello el Sporting hubiera seguido invicto, sumando tres jornadas consecutivas sin encajar un gol. Pero ahora es inútil lamentarse de lo que pudo haber sido y no fue. El fútbol es así: en sólo cuatro jornadas ya sabemos lo que es salvar un punto en el último suspiro y también perderlo.

Se presentó en Riazor el Sporting con un único cambio en su once titular respecto al de las dos jornadas anteriores: el de Nacho Méndez por Hernán Santana. Era un cambio casi anunciado y demandado además por buena parte de la afición sportinguista.

La primera parte fue mala de solemnidad por ambos equipos y sólo alterada por ese penalti señalado a favor de los gallegos y que nunca debió pitarse. Primero porque la acción en sí misma es discutible y segundo y sobre todo, porque lo que fue indiscutible fue la falta previa cometida previamente sobre Cofie en el centro del campo. Mariño se encargó con su parada al lanzamiento de hacer justicia.

Lo cierto es que no podrán tener queja alguna los gallegos del arbitraje. Tuvieron de su lado al clásico árbitro casero al que sólo le faltaron como complemento saltar al campo con zapatillas y pijama. Demasiadas tarjetas amarillas para los rojiblancos (en Riazor de verde ‘prao’), que al final tuvieron como resultado lo que se veía venir: que el equipo no acabaría con once sobre el campo.

Tras el descanso, de nuevo el Dépor buscó hacerse con el control del balón, pero al igual que ocurriera en la primera parte, sin traducirse en demasiados agobios para la defensa sportinguista.

El Sporting por su parte seguía a lo suyo, con un Carmona completamente desaparecido como cada vez que ocupa el costado izquierdo. Y tampoco por el derecho Alvaro Jiménez inquietaba lo más mínimo. Fue éste así el primero en ser sustituido por Baraja, para dar entrada a Hernán. Quien hubiera confiado en ver un cambio más ofensivo (tal vez con Morilla), tuvo que resignarse a la evidencia de que lejos de irse a por los tres puntos, Baraja introducía más músculo en el centro del campo.

El siguiente en ser relevado fue otro de los que apenas se dejó ver en Riazor: el delantero Djorjevic. Claro que es complicado ser delantero cuando no te llega un solo balón a los pies (ni a la cabeza). Tampoco los disfrutó su sustituto: Neftali. La realidad es que tras tres encuentros disputados, el rendimiento que puede ofrecer el serbio sigue siendo una incógnita.

Con este panorama la expulsión de Cofie por doble amarilla, sirvió para echar aún más atrás al equipo de Baraja. Una acción que como sucediera en el penalti, vino precedida de un grave error al arbitral, al permitir continuar una jugada donde pareció existir saque de banda a favor del Sporting. Inútil ahora también preguntarse qué hubiese sucedido de haber permanecido el equipo de Baraja con once hasta el final del partido.

Para compensar la inferioridad retiró Baraja a Carmona haciendo debutar en Liga a Cristian Salvador. Quedaban 15 minutos por delante y la consigna era aún más clara de lo que lo había sido en los 75 precedentes: amarrar el resultado y esperar a lo sumo que de algún error del rival o de alguna acción a balón parado o individualidad de los nuestros, el Sporting pudiese hacer ‘saltar la banca’.

Ni lo uno ni lo otro. Es más: dos faltas de las que dispuso el conjunto rojiblanco para haber intentado al menos crear alguna indecisión en la defensa gallega, fueron botadas ambas por Hernán al limbo, como si de sendos lanzamientos a palos en rugby se tratara. Y no estaba el Sporting para hacer ascos a acciones como esas.

No lo hizo el Dépor en ese fatídico saque de esquina final y cuando todo el sportinguismo celebraba un punto tan sufrido (más por la incertidumbre del resultado que por el acoso gallego) como merecido, llegó el mazazo.

Son este tipo de derrotas las que más duelen. Pero también las que sirven para que un equipo haga piña y enrabietado busque resarcirse ya en el próximo partido. Como siempre se dice en estos casos, de los errores se aprende. Es obligado hacerlo. El primero de todos el entrenador.

Post Scriptum: el hecho de que la Mareona no pudiese viajar a Riazor no es un asunto menor que debiera ser olvidado por el Real Sporting, si de verdad éste se preocupa por sus aficionados. El club gallego más allá de las excusas dadas no ha sabido estar a la altura, pecando tanto de improvisación como de verdadera falta de voluntad para facilitar aunque fuese una mínima presencia de sportinguistas. La Liga debería por su parte también tomar nota, tan diligente como se muestra en ocasiones y según con quién sea a la hora de imponer castigos.