Cualquiera que haya pasado de los treinta años sabe que el sportinguismo de ahora nada tiene que ver con el que castigaba al equipo a base de sonoros pitos por no dar más de tres pases seguidos o abucheaba a los jugadores cuando no iban a por el segundo gol después de abrir el marcador ante el Madrid. Los vaivenes de la vida hacen cambiar a las gentes y el que pasa de caviar a mortadela celebra cada almuerzo como si fuera un festín. Comentaba el sábado un aficionado que fue testigo del histórico triunfo ante el Torino en Europa que el partido ante Las Palmas no dejaría de ser un soportable dolor de muelas a finales de los setenta. Ahora, es motivo suficiente para sonreír de oreja a oreja. Con nada se conforma el que poco tiene.
Pero como la nostalgia no engorda (más bien mata), lo mejor es centrarse en el presente para no repetir el pasado reciente. Y algún motivo para la ilusión dejó el encuentro contra los canarios. El Sporting fue superior a un rival que llegaba invicto, sobre todo en la segunda parte, y tuvo el empuje que tanto le ha faltado hasta ahora. Dominó y no dejó hacer. Además, emergió la figura de Álvaro Jiménez para dar un poco de razón a los que han planificado la temporada. Por último, no hay que pasar por alto que el equipo afronta el tercer mes de competición en la séptima plaza sin que sus delanteros se hayan estrenado. ¿Dónde estará cuando lo hagan? El que no se consuela es porque no quiere.