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El paso de Juanele por el Sporting: el pichón voló muy pronto

Sólo jugó tres temporadas de rojiblanco, pero dejó huella: “Tuve la suerte de caerle bien a la afición”

Juanele, en un parque del barrio de Pumarín, donde reside. | Juan Plaza

Como corresponde a su apodo, para “El Pichón de Roces” todo empezó por las calles y plazas de su barrio, donde se pasaba los días haciendo virguerías con el balón en los pies. Juan Castaño Quirós, Juanele (10-4-71) aprendió allí, en partidos multitudinarios donde los espacios se cotizaban caro, a guardar el instrumento con el que se iba a ganar la vida. Tardó en llegar a Mareo y solo jugó tres temporadas en el primer equipo del Sporting, pero dejó huella, como lo hizo también en el Tenerife y el Zaragoza. Guarda buenos recuerdos de todas sus escalas como profesional, pero su corazón está teñido de rojiblanco.

“En aquellos años, a mediados de los 70, en Roces todavía podíamos jugar en la carretera”, recuerda Juanele, que también se juntaba con los amigos en los parques y en la cancha del colegio donde estudiaba, el Alfonso Camín. “El balón era el único juguete que teníamos en aquella época, nos pasábamos todo el día con él. Jugábamos partidos de once contra once en espacios reducidos. Por eso había que andar muy rápido y tener cuidado porque había muchos choques. Son cosas que se aprendían en la calle, te hacía tener más picardía”. En el equipo del colegio aprendió otras cosas, sobre todo con su primer entrenador, Miguel: “Era el padre de un alumno y nos enseñó mucho porque estaba muy preparado”.

Aunque el Sporting era la referencia para cualquier niño de Gijón, Juanele no estaba obsesionado con llegar a Mareo: “De aquella solo pensaba en jugar, en disfrutar con los amigos. El Sporting lo veía como algo muy lejano”. Tras una temporada en el alevín del Roces, con 11 años fichó por el Veriña, donde cubrió toda su etapa hasta juvenil: “Ya en mi última temporada me llamaron del Sporting para entrenar un par de días a la semana con el filial, que estaba en Tercera, pero seguí jugando en el Veriña. Y en la siguiente ya fiché por el B, con el que jugué dos temporadas en Segunda B”.

La fama de Juanele se disparó en la segunda temporada en el filial (32 partidos y 12 goles), durante la que debutó con el primer equipo, ya con Ciriaco Cano de entrenador: “Fue en la Copa, en el campo del Durango. Estaba muy nervioso, no me relajé hasta que empezó a rodar el balón”. La base de aquel Sporting B dio el salto al primer equipo, que se había clasificado para disputar la Copa de la UEFA. Y ya en la primera jornada, en el campo del Valladolid (0-1), Ciriaco dio la alternativa a un puñado de canteranos, como Muñiz, Tomás, Avelino, Iván Iglesias y Monchu.

“Me fue bastante bien”, señala Juanele sobre aquella temporada 1991-92. “Fui entrando poco a poco. Jugué 24 partidos y marqué tres goles. Y tuve la suerte de que caerle bien al público de El Molinón. Arriesgaba mucho, me daba igual a quien tenía enfrente, siempre buscaba el uno contra uno”. Cree que podría haber jugado un poco más si no fuese por lo que él considera un malentendido con el entrenador: “Ciriaco era muy exigente, nos apretaba mucho y un día se enfadó conmigo porque estaba jugando con Luhovy en un entrenamiento. A él le dejó sin jugar el siguiente partido, pero a mí me castigó casi cuatro meses”.

Su protagonismo aumentó con Bert Jacobs y García Cuervo (32 partidos y 7 goles) y alcanzó su punto culminante en la temporada 1993-94: “Siempre le estaré agradecido a García Remón porque con él fui titular desde el principio y tuve continuidad”. Tanto que Javier Clemente lo incluyó en la lista para el Mundial-94 y se convirtió en uno de los jugadores más cotizados: “Me llegaron ofertas del Madrid y del Barça, pero el que más se interesó fue el Tenerife. No tenía tanto nombre como los dos grandes, pero entonces era un equipo muy bueno, al nivel del Valencia o el Atlético de Madrid”.

A Juanele le dolió dejar el Sporting (“me hubiese hecho ilusión jugar unos años más”), pero cree que fue lo mejor para las dos partes. Aquel Tenerife fue a menos y en 1999, tras el descenso a Segunda, encontró acomodo en el Zaragoza, con el que volvió a su mejor rendimiento. Tocó la gloria con la conquista de dos Copas del Rey, la segunda tras pasar un curso en Segunda División. El Terrassa fue su último equipo profesional, reclamado expresamente por Juan Manuel Lillo, con el que había conectado muy bien el Tenerife. “Después volví a Asturias y jugué en el Avilés, el Roces y el Camocha, pero por diversión”.

Nunca se planteó ser entrenador, pero el fútbol sigue siguió muy presente en su vida: “Veo muchos partidos, de Primera División y también de críos”. Está pendiente, sobre todo, del Sporting, que esta temporada le está dando una alegría: “Lo veo bastante bien, mejoró mucho en defensa respecto al año pasado. Ahora lo que hace falta es que el gol no dependa solo de Djuka, que le ayuden los que están alrededor. Creo que va a ser una gran temporada. Por la forma en que están jugando estoy seguro de que van a aguantar ahí arriba, siempre que nos respeten las lesiones”.

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