"Estaba en la calle, frente a mi oficina, para grabar un vídeo promocional. De repente el suelo empezó a temblar, me levanté y me puse a grabar". El resultado son 44 escalofriantes segundos en los que se aprecia la fuerza con la que el seísmo del martes blandió árboles, cableado eléctrico y edificios en México DF, mientras los vecinos corren y gritan despavoridos en medio de una banda sonora de alarmas y cláxones. "Fue increíble, todo se movía, era como si estuvieses caminando por un barco". Juan Luis Mier Suárez tiene 28 años y es natural de La Fresneda (Siero). Desde hace dos años reside junto a otros tres asturianos en la capital del país azteca, donde trabaja en una productora audiovisual.

El centro de trabajo de Mier se encuentra en la colonia (como allí llaman a los barrios) La Roma, una de las zonas más afectadas por el seísmo. "Tras el terremoto todo era un descontrol. Cerca de mi oficina hay un colegio, y me dirigí hacia allí, para ver cómo estaban las cosas. Era estremecedor escuchar a los niños gritando por el miedo. Eso me mató", relata el asturiano sobre el terremoto, de 7,1 grados en la escala Richter.

Pasadas tres horas del seísmo, Mier se desplazó a su domicilio, en la colonia La Condesa, "una zona bastante afectada por este terremoto y que ya había sufrido grandes daños en el de 1985". Cuando accedió al piso, en el que residen otros tres asturianos, se encontró varias grietas "no muy grandes en las paredes de todas las estancias"; si bien, la peor parte se la llevó su dormitorio. "Había muchísimo polvo y cascotes por todos lados, que se habían desprendido de una pared", relata el sierense, que pasó la última noche en casa de un amigo, "por seguridad".

Comprobado que tanto el domicilio como sus amigos se encontraban en buen estado, Mier decidió salir a la calle para tratar de colaborar en tareas de rescate. "Había edificios derrumbados y mucho olor a gas. Eso me asustó mucho", explica el asturiano, que no obstante, no dudó en arrimar el hombro en las labores de desescombro.

"Estuve dos horas en una cadena humana. Seríamos en torno a 500 personas. Estaban sacando cascotes y, de vez en cuando, en la cadena se hacía el gesto del aplauso en la lengua de signos. Eso se hacía para pedir silencio, y permitir así que el personal de rescate pudiese escuchar los gritos de las personas atrapadas. Si se conseguía sacar con vida a la persona todo el mundo aplaudía. En esas dos horas escuché tres ovaciones", relata Mier, que ayer mismo tenía intención de sumarse de nuevo a estos trabajos.

Precisamente, estas muestras de solidaridad son una de las cosas que más le han sorprendido. "Es increíble cómo se ha volcado todo el mundo. No sólo en las cadenas humanas, sino dando apoyo a estas. Mientras estás allí hay gente que, continuamente, ofrece agua, plátanos... Estoy impresionado", confiesa.