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Crítica / Arte

Sin deseo

La exposición de Spencer Tunick en el Centro Niemeyer

Las fotografías de Spencer Tunick (New York, 1967) podrían compararse con los "bestseller" por la gran aceptación que gozan entre el público -salvo para aquellos puritanos a quienes les molesta la desnudez-, debido principalmente a una estrategia de promoción bien instrumentada, a las expectativas que crea en cada lugar organizando multitudes desnudas y al poder de convicción de que la masa de individuos forma parte de un evento artístico, cuando no puede entenderse sino como una fiesta colectiva en la que se consumen cuerpos sin historias. Y aunque es cierto que en la mayoría de estas obras tan comerciales la calidad estética es muy discutible, el fenómeno Tunick merece un estudio de hasta qué punto aceptamos desnudarnos colectivamente, bajo las órdenes de un desconocido, para formar parte de un evento que será visto por millones de espectadores. Cierto que en referencia a su obra se habla de "narrativas poéticas", de la intersección entre los público y lo privado, entre lo prohibido y lo permitido, que con sus fotografías performativas modifica las relaciones con el entorno y el paisaje e incluso ese "hagamos arte ahora, juntos", que forma parte de su filosofía, resultan inconsistentes frente al resultado final, un producto banal.

Las instantáneas de Tunick están tan alejadas del concepto del cuerpo como representación del dolor, la herida, de lo abyecto, de la intimidad y sus huellas, del sexo, del amor y de la vida, tan lejos de Herman Nitsch, Gunter Brus, Gina Pane, que resulta difícil no estar de acuerdo con Vicente Verdú, cuando refiriéndose al fotógrafo neoyorkino tras su intervención en Barcelona en 2003, afirmó que en estas obras las "aglomeraciones de cuerpos que se anulan entre sí y convierten lo que podría ser la representación de una orgía, promiscua y libre, en la angustiosa réplica de los campos de exterminio. De este modo, la sexualidad se transforma, con la masificación, en genocidio, el cuerpo erótico se cadaveriza o, en el mejor de los casos, se hace corriente: un bulto que corre de un lado a otro con la facilidad de la luz y la fluidez de lo ya visto."

En Barcelona, más de siete mil personas posaron en la Avenida María Cristina y en México, en 2007, en la Plaza de la Constitución de esta ciudad reunió a diez mil modelos en un acto tan trivial, como el de la ciudad Condal, ajeno a cualquier intento de provocación, a diferencia de sus comienzos, cuando en 1994 la Policía de Nueva York lo detuvo junto a una modelo desnuda cuando posaba en el Centro Rockefeller de Manhattan. De aquellas rupturas, hoy queda su popularidad mediática que le convierte en un fotógrafo deseado por cualquier ciudad para que intervenga en los espacios urbanos con sus masas desnudas. FIN

Sin embargo, viendo esta retrospectiva, tiene todo el conjunto un aire tan parecido, son todas las fotografías tan repetitivas y previsibles, que apenas queda espacio entre tanto cuerpo para la emoción, la pasión, el afecto, si acaso anula cualquier deseo, cualquier intimidad, la ternura, porque todo está envuelto en el celofán del espectáculo.

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