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El paso del trapero

De todo me apropio

El cambio de paradigma artístico

En nuestro tiempo, la única obra realmente dotada de sentido, de sentido crítico, debería ser un collage de citas, fragmentos, ecos de otras obras. Por tanto, la pregunta artística ya no es "¿qué es lo nuevo que se puede hacer?", sino más bien: "¿qué se puede hacer con?". Vale decir: ¿cómo producir la singularidad, cómo elaborar el sentido a partir de esa masa caótica de objetos, nombres propios y referencias que constituye nuestro ámbito cotidiano? La práctica de la apropiación se ha convertido en una parte fundamental de muchas actividades culturales creativas y forman parte de una larga tradición bien documentada en la Historia del Arte. No podemos abrir un libro sobre Arte Moderno y Contemporáneo sin encontrarnos con alguna forma de apropiación. La capacidad del apropiacionismo no sólo ha cambiado nuestra forma de hacer arte, ha cambiado la forma en que vemos el mundo. Y, sin embargo, vemos que esta forma de creatividad, esta herramienta del arte, se ve amenazada por absurdas regulaciones que incluso de forma preventiva pretenden impedir la investigación de nuevas formas de expresión.

De forma sintética, se podría decir que existen dos formas de relacionarse con el mundo de la creación: por un lado, los que piensan que la obra artística es el resultado de un "yo" -sujeto creador- que crea ex nihilo, es decir de la nada, como si hubiera un principio originario, por tanto los que defienden la originalidad y el artista-genio como los elementos legitimadores de toda obra de arte "auténtica" (esta se instaura definitivamente con el Romanticismo, en todas sus sensibilidades, desde el idealismo, incluso hasta el marxismo); por otro, los que creemos que cualquier expresión creativa siempre es acreedora, en diverso grado, de una infinidad de conocimientos, costumbres, voces, imágenes y textos heredados o compartidos que forman parte indisoluble de la "inteligencia colectiva".

Aunque puedan resultar discutible las ideas se mejoran. El sentido de las palabras participa en ello. El plagio es necesario. El progreso lo implica. Da más precisión a la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, elimina una idea falsa, la reemplaza por la idea justa. El escritor se limita a imitar un gesto que siempre será anterior, y nunca original: el único poder que tiene es mezclar escritos. No hay originalidad. Lo que hacemos es repetición de algo que ya ocurrió. Solo hay repeticiones y reproducciones. En la concepción budista de la vida como ciclo infinito en lugar de la creación aparece la des-creación. La iteración y no la creación, la recurrencia y no la revolución, los módulos y no los arquetipos definen la técnica de producción china.

Entre los términos oficiales ya no se encuentran apropiación o simulación, sino, por ejemplo, el que ha puesto de moda Nicolas Bourriaud, postproducción. Todo ello exige una nueva lectura del discurso de la copia -y del de la originalidad-, sobre todo porque tanto la postproducción como la estética relacional de Bourriaud requieren ampliar el contexto, es decir, conducir el discurso artístico a un marco mucho más amplio, donde el arte solamente sea una faceta más de determinadas actividades culturales y sociales. Porque el mundo está saturado hasta el ahogo. El hombre ha dejado sus signos en cada piedra. Cada palabra, cada imagen está empeñada e hipotecada. Posterior al pintor, el plagiario ya no produce desde su pasión, su humor, sus sentimientos, sus impresiones, sino, más bien, desde la inmensa enciclopedia a partir de la cual dibuja. La preexistencia y la repetición de las pinturas es condición necesaria de la singularidad de lo pintoresco.

Pierre Menard, un novelista y poeta simbolista francés, concibe el proyecto de producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes. No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote. Sería difícil encontrar mejor referencia para adentrarse en la cultura de la copia, el apropiacionismo o lo que en el texto literario se denomina la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas.

La cultura creada por unos seres que aprenden fotocopiando información de una neurona a otra y, que a su vez, llevan incorporado el eco genético de las corporaciones precedentes tenía que funcionar, necesariamente, a partir de mecanismo de duplicación.

Este artículo no sería posible sin la apropiación de textos de Walter Benjamin, Nicolas Bourriaud, Daniela G. Andújar, Santiago Eraso, Guy Debord, Enrique Vila Matas, Byung-Chul Han, Domingo Hernández Sánchez, Sherrie Levine, Rosalind Krauss, Jorge Luis Borges, Fernando Castro Flórez, Jordi Costa y Alex Mendíbil.

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