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Diario de a bordo / El irredentismo comarcal (LV)

Los nuevos normandos

La lucha por el control del agua, un nuevo frente entre Avilés y Castrillón

En el episodio anterior, reflejábamos la carta de un vecino de Castrillón publicada en el "Diario de Avilés" el 3 de agosto de 1894, y que lleva la firma de "Un aldeano". En ella, se dejaba muy claro la buena relación entre los habitantes de Avilés y Castrillón colocando, en el tejado de la Real Compañía y sus cipayos, las responsabilidades del enfrentamiento que se estaba viviendo entre los dos concejos. También se relataba de forma meridianamente clara, las necesidades y cuitas por las que atravesaban los vecinos de las parroquias bajo jurisdicción de Piedras Blancas, así como el abandono y explotación que sufrían por parte de la empresa minera belga.

La carta era el reflejo del sentimiento que se extendía por Castrillón, contrario al sectarismo que la Real Compañía y sus paniaguados trataban de extender en el concejo, mientras desarrollaban su estrategia de anexión territorial que había comenzado con el coto de Raíces (desde el túnel del espolón de San Martín hasta el río Raíces y desde los acantilados de San Cristóbal hasta el mar), con aquel simulacro de compraventa del Espartal que quedó bautizado, en el argot de la época, como "El Chanchullo".

Ahora, los responsables de Arnao, a los que la voz popular había bautizado como "Los prusos", querían continuar su particular rapiña de nuevos territorios avilesinos. Su objetivo se situaba ahora en la dársena de San Juan y las marismas de su entorno. Un lugar estratégico para el desarrollo portuario y logístico de Avilés, pero también de la Real Compañía. Como en ocasiones anteriores, utilizan de pantalla a la Corporación de Castrillón, a la que controlaban con guante de terciopelo pero con mano de hierro, para que sea ella la que reclame la jurisdicción sobre la zona, en detrimento de Avilés. En este camino, ya lo hemos visto, se topan con Manín, el del fielato, y con la madre que lo parió, que como buena sabuguera que era no se arredraba ni ante el Obispo de Oviedo.

Esta ofensiva de Castrillón contra el municipio hermano de Avilés no solo se desarrollaba en los tribunales sino también en la calle, con ataques esporádicos de los "gatilleros" al servicio de Arnao, que tratan de incitar al enfrentamiento con los avilesinos. Incluso se llega en estos años al borde de una confrontación armada entre los municipales de Castrillón y los agentes de consumo de Avilés, en la zona de la dársena.

En la carta de la que hacemos alusión se subraya que muchos vecinos de Castrillón son conscientes del engaño en el que quieren enredarlos. Fueron abundantes las voces que trataron de hacerse oír, clamando contra los artífices de aquella ofensiva que se había desatado desde Arnao, por intereses puramente económicos.

Pero no sólo la Real Compañía trataba de imponer, a toda costa, sus intereses económicos sobre los derechos y bienestar de los habitantes de la comarca. Otro ejemplo de cómo se las gastaban las fuerzas caciquiles en estas postrimerías del XIX lo tenemos en el conflicto que, en esos momentos, se vivía en Avilés por el control del agua.

La ciudad del Adelantado había sido agraciada por la naturaleza con un abundante manantial de cristalinas aguas ubicado en Valparaíso, esa ladera con forma de hoya de la Lleda, en la subida a Miranda desde el Focicón. Pues bien, desde el Ayuntamiento se habían dictado unas ordenanzas municipales para el aprovechamiento, por el común, de los caudales líquidos que brotaban de forma copiosa del manantial, que era de propiedad municipal. Se trataba de extender y generalizar el abastecimiento de agua a los vecinos y a la empresas que, como la Compañía de Ferrocarriles del Norte, precisaban del líquido elemento para sus actividades, en este caso, para abastecer a las máquinas tractoras. En definitiva, el agua era muy importante para el desarrollo económico y mejora social de la villa avilesina, y su Corporación quería ejercer el control municipal sobre la misma.

La casa del marquesado de Ferrera, con una actitud interesada y caciquil, presenta entonces una demanda contra el Ayuntamiento, reclamando todos los derechos de las aguas con que se surtía la villa desde el manantial de Valparaíso. Los marqueses eran los titulares de las tuberías de cerámica de Miranda, que conducían el agua hasta la ciudad. Reclamaban por ello, todos los derechos sobre el fluido que "sus tuberías" transportaban. Y no querían "el fuero", lo que les interesaba era "el huevo", es decir, el dinero que esa titularidad podía reportarles, en unos momentos en que el municipio demandaba y precisaba generalizar el consumo del agua a los vecinos y las empresas. La perspectiva de negocio que se barruntaba a quien controlase el agua era muy jugosa.

Tras la batalla jurídica, el tema se salda con la victoria del Concejo, al que se le reconoce legalmente la propiedad sobre el líquido elemento, si bien los marqueses consiguieron en la sentencia, el compromiso municipal de suministro gratuito de una paja de agua para su palacio y finca. (La paja de agua era una medida antigua de aforo, que equivalía a la decimosexta parte del real de agua, es decir, poco más de dos centímetros cúbicos por segundo"). En definitiva, que al final los marqueses consiguieron todavía, sacar una buena "tajada" a costa de los avilesinos.

Volviendo al tema del enfrentamiento entre Avilés y Castrillón, vamos a ver otro ejemplo de la actitud contraria a la Real Compañía. Se trata de la misiva fechada en Castrillón, el 16 de julio de 1894, y publicada en el Diario de Avilés el 20 del mismo mes. La firma "Un aldeano de Castrillón". Veamos algunos párrafos de esa epístola:

"¡Ya era tiempo! Digo yo repercutiendo por montañas y valles de Castrillón el grito de protesta contra estos modernos reyes de horca y cuchillo, que están hace muchos años triturando este concejo, con su soberbio dominio avasallador. ¡Ya era tiempo! seguiré gritando contra esos presuntos fundadores del Gibraltar Cantábrico y contra sus secuaces, dignos émulos del conde don Julián y del arzobispo de Sevilla, D. Opas, que como estos capitaneaban todas las fuerzas que les prestan para concluir con el resto de este desgraciado concejo.

Sí, hace muchos años que sufrimos el yugo férreo de estos nuevos normandos, que desempeñan el mismo papel en el concejo que Don Juan de Robles, con su caridad sin igual dando limosna a los que ellos hicieron primero pobres. La mayoría de los habitantes de este concejo siempre protestaron y protestan hoy del vasallaje ejercido contra ellos. Es cierto que hay algunos hijos espurios de esta noble tierra que se arrastran a los pies de sus despóticos amos, a coger las piltrafas que les arrojan y que se consideran felices de servir de comparsas, pero debe de anotarse esto como salvedad. Éstos, que parece que les va bien con el machito, son esclavos, sin nociones de libertad. Aunque muchas veces ahuequen la voz para decir que son libres, tienen que ayudar a sus amos a triturar a estos honrados y sencillos labradores; y no contentos con esto, aspiran también como sus dueños y señores al dominio de partes de Avilés y a querer para ellos lo que es imposible que lo sea, sabiendo defenderlo al grito de ¡atrás al extranjero ingrato y ambicioso!, para lo que pueden contar incondicionalmente con los hijos de este concejo, que nos tenemos por independientes y lo somos, cuando no lo impide fuerza mayor.

Para sacudir el yugo hace mucho tiempo que solicitamos el concurso valioso de nuestros hermanos de Avilés, concurso que creíamos merecer y, si nos lo hubiesen prestado antes, quizá no llegase el caso presente de atreverse estos insensatos intrusos, enclavados en el corazón de esta provincia iniciadora de la reconquista de España, a declarar la guerra a la villa de Pedro Menéndez. En este particular estuvieron desacertados nuestros prohombres, o demasiado confiados en la palabra de quienes consideraban amigos, y no eran más que Judas, esperando la ocasión de venderlos; pero al fin, ya parece que están desengañados y se muestran decididos a defender los intereses que pertenecen a Avilés contra todos los que quieren usurparlos, sin mirar el número de los enemigos."

El "aldeano de Castrillón" era persona ilustrada y tenía las cosas muy claras. El Don Juan de Robles citado en su escrito fue un monje benedictino del siglo XVI, cuya libro más famoso se titulaba "De la orden que en algunos pueblos de España se ha puesto en la limosna para el remedio de los verdaderos pobres". En su carta, como hemos visto, se queja de la explotación a la que habían sido sometidos a los honrados y sencillos labradores de Castrillón, reduciéndolos primero a la miseria, para luego repartirles migajas en forma de limosna. También ataca de forma inmisericorde a los extranjeros belgas, a los que llama "nuevo normandos", que llegaron a nuestras costas como los viejos, a rapiñar todo lo que pudieron. Pero el ataque más furibundo lo despliega "el aldeano" sobre los que denomina "hijos espurios de esta noble tierra" refiriéndose a la de Castrillón. Es decir, a los castrillonenses "paniaguados", "vendidos" al servicio de la RCAM. Reconoce así mismo, lo injusto de los ataques que está sufriendo Avilés, de los que en ningún momento considera partícipes a la generalidad de los vecinos de Castrillón, y también se congratula de que los avilesinos, al fin, sean conscientes de las artimañas de Arnao y sus secuaces, y de que desde la villa del Adelantado, por fin, se les hubiese plantado cara.

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