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La espinera

La casa

Una historia de terror para el tiempo de otoño

La tarde era gris y húmeda. Había estado lloviendo sin parar desde la noche anterior. La senda por la que diariamente paseaba estaba inundada y los patos nadaban ajenos y más visibles que nunca sobre el camino encharcado.

Sin pensar demasiado salí a la calle y comencé a andar. Era festivo, no había prisa. A veces era recomendable que los pasos condujesen a algún lugar inesperado, alejarse, tomar un camino furtivo, sorprenderse con el hallazgo de lo que siempre estuvo ahí y, en lo que por alguna razón, nunca antes se había reparado.

Comenzó a granizar, opté por un atajo empinado y salí del pinar. El cielo se había vuelto negro, iluminado de vez en cuando por la luz azul de algún relámpago aún lejano afortunadamente. Deslumbrada, divisé a lo lejos un enorme tejo y más allá una casa abandonada que parecía surgida de otro mundo. Rara vez había pasado por allí, estaba próximo el cementerio, cuando el tiempo empeoraba era difícil encontrarse con nadie. Aun así me extrañó no haberme fijado antes ni en el tejo ni en la casa. Dejó de granizar; pero comenzó a llover abundantemente. Apresuré el paso, el resplandor de los relámpagos, ahora más frecuentes, se había vuelto de un rojo intenso y ahí ya, frente a mí, estaba ella, la casa, refulgiendo de entre las tinieblas, blanca y marmórea.

Un golpe de viento entreabrió una pequeña puerta herrumbrosa que guarecía el inmenso jardín. Dejó de llover y se abrió un claro en el cielo. Me acerqué a un estanque de aguas turbias y fangosas, en su centro había una escultura que, a pesar del deterioro, representaba a un niño acompañado de un perro. Sin parpadear miré de nuevo al estanque y comencé a vislumbrar imágenes de aquel mismo jardín pero en otro tiempo, un tiempo irreal pero mucho más feliz que del de ahora.

Vi a una sirvienta con cofia que estaba sirviendo tres mesas en las que estaban dispuestas lo que parecía conformar una familia y a un niño vestido de marinero con un perro que corría y portaba una cometa. Comencé a oír una música lejana que parecía de los años veinte. De repente, se produjo un estruendo, miré hacia la casa, se había abierto de golpe su puerta principal. Desde el estanque, la sirvienta ahora parecía dirigirse a mí invitándome a adentrarme en la casa. Entonces huí despavorida, prometiéndome a mí misma que nunca más tomaría ese atajo y, mucho menos, la tarde noche de Halloween.

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