Durante siglos uno de los saludos más populares en España -con clara influencia latina- era el "Ave, María Purísima". La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen se celebraba mucho antes que la definición del Dogma por Roma. España, desde que se constituye en nación en el Reinado visigodo, defendió este privilegio mariano. Así fue en el Concilio de Toledo, en el siglo VII, presidido por San Ildefonso. Desde ese mismo momento, la España oficial, libre y cultural celebró la festividad. Hasta tal punto que la Universidad de Valencia, desde 1530, obligó bajo juramento la defensa de la Inmaculada Concepción. A la Universidad de Valencia siguieron las demás. Incluso las grandes universidades europeas como París, Oxford o Cambridge reconocían en sus estatutos este privilegio, antes de ser definido el Dogma de la Concepción Inmaculada por Pío IX en 1858.

La monarquía católica española siempre ha estado estrechamente vinculada a ese privilegio de María. Carlos III, el rey de la Ilustración, a quien Jovellanos, también muy devoto de la Inmaculada, dedicó uno de sus más logrados "Elogios", propuso a las Cortes que se aprobase patrona de España la Inmaculada Concepción. Toda la mejor cultura española ha celebrado con entusiasmo esta festividad: poetas, escultores... pero especialmente los pintores han rivalizado por ofrecer lo mejor de sus pinceles a la Madre de Dios: Velázquez, Zurbarán, el Greco, Goya... El gran y dulce Murillo, cuyo centenario se celebra y que excepto en Sevilla está siendo casi ignorado, nos ha dejado algunas de las pinturas más conocidas y valoradas. Nuestro máximo pintor avilesino, Carreño Miranda, en sus cuadros de la Inmaculada, nos la ofrece en todo su esplendor. María aparece tan divina porque es muy humana, de nuestra propia carne, pero libre del pecado, la corrupción y la muerte.