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Abogado

Carta a Papá Noel

Sobre las incertidumbres que asedian al ser humano

Quisiera escribir una carta de corazón amable llena de dulzura en las ojos: la cruda realidad me impide hacerlo. El mundo se ha vuelto del color de la violencia, la ingratitud y la soledad no sonora. Cuando abro la página de lo cotidiano veo imágenes que condenar quiero, no me gusta vivir donde lo bueno no manda, la fe no existe, la infancia se mata y los viejos sobran y espantan. ¿Por qué nos hemos separado con tanta fuerza de los días dichosos de la infancia? ¿Dónde está el niño que somos, el sabio que podemos ser y el enamorado creciente de la libertad que aspira hacia las altas flores de uno mismo?

Lo más triste de todo es comprobar cada día la ausencia de seres felices, personas que no creen en la bondad, condenan la inocencia, niegan los ángeles y se olvidan de rezar dando gracias al cielo. Cuando el dinero manda el amor desaparece, se tiñe de grandes desgracias, la ambición sube y el desprecio a la humildad y la sabiduría adquiere carta de naturaleza. Son muy pocos quienes confían en la vida, respetan a sus semejantes, esperan lo mejor que llevan dentro y viven como si el cielo no existiera. Querer ser como Dios trae, como consecuencia, el vértigo de la desesperanza y la locura de la noche cerrada.

En época de oscuridad, donde gobiernan los quereres malditos, las ansias terrenales y el vértigo del egoísmo, los males físicos aumentan cada vez más y los morales ni siquiera se conocen sus causas. Se ha llegado al desprecio del prójimo si es a cambio de una moneda suelta o de una promesa baldía. El poder sin medida, preso de una ambición ciega, corrompe el alma, mata el espíritu y trastorna los principios de la decencia y la honestidad.

Cuanto más crece la técnica más empeora e idiotiza el corazón. Los sabios sobran en lugares alejados de la magia; los hombres buenos son mal vistos en ambientes tóxicos donde imperan el pecado, la soberbia y la corrupción. Algunos políticos se sirven del pueblo para enriquecerse a sí mismos. La gente apenas siente llamas en su pecho. Cuando se valora más un móvil que un buen corazón o una mirada compasiva las cosas se complican. Cuando la informática domina la especie y la sodomiza cual si fuera un siervo de la gleba ya no se piensa ni se goza del mero hecho de existir. La vida es más que la vida, es el comienzo de una aventura maravillosa hacia el infinito. Si no buscamos lo imposible nunca podremos encontrarlo. Cuando dejamos de creer pensamos lo peor de todo: el prójimo se convierte en el enemigo a batir. No hay peor tragedia que creerse más que nadie, no respetar a los mayores y perder el respeto y la educación hacia toda forma de vida. La mayoría no muere porque esté enferma, muere porque no tiene ganas de vivir, no encuentra motivos para seguir disfrutando de los encantos perfumados de lo que le rodea. La muerte del alma, fruto de una triste soledad en compañía, no tiene solución para quien sólo lo que se toca y se ve constituye lo único cierto. Cuanto más cree saber el hombre de la globalización sojuzgadora más prepotente se vuelve: todo necio confunde valor y precio, lo de arriba con lo de abajo y el conocimiento con la sabiduría. Fuera de la mente callada no se escucha nada que merezca la pena. La oración salva cárceles internas, cura dolencias incurables, nos pone en contacto directo con lo invisible. No se ora porque no hay santos: no existen santos porque la lujuria desatada, la falta de fe y la mano oculta del diablo se encargan de su filosofía.

El mundo está atravesando un grave momento de peligro. Algunos medios de comunicación, víctimas e instrumentos de quienes manipulan la verdad para explotarla en su exclusivo beneficio, son ajenos a la difusión de lo cierto y trascendente. A costa de la ruina y la inmolación de la especie humana se erigen grandes negocios y fabulosas fortunas. Los que mandan de verdad, los dueños del dinero, decidieron hace ya mucho tiempo que sobran millones de personas en el planeta tierra. La historia reciente es la constatación exacta de este aserto harto increíble para una mente tranquila. Solo el amor nos hace libres y nos da valor para luchar contra los enemigos del alma.

El poder siempre ha tenido una cosa muy clara empeñándose en mantener viva la llama de esa certeza irrebatible: la falta de luz es el caldo de cultivo de la perpetuación del imperio material. El mayor poder del diablo consiste en hacer creer que no existe.

Te pido, querido Santa Claus, que nos vuelvas niños de nuevo para creer en la bondad universal y en las cosas sencillas que merecen la pena. Danos paz para ser ricos por dentro, felicidad para darle gracias al cielo y mucha alegría para ayudar a quien lo necesita. En el campo sagrado del bien florecen poderes inimaginables, fortunas increíbles y tesoros jamas soñados. Que así sea. Feliz Navidad.

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