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Verde oscuro, casi negro

Sobre la pérdida de espacios naturales en Avilés

Mi infancia huele a manteca y a leche hervida. "El chiche de güei" de mi güela y la de las lecherías que mi madre buscó para que nuestra vida en Avilés fuese un poco más natural. Un día por semana hervía la leche en una pota, le sacaba la nata y entonces mi padre la mazaba sentado en una silla hasta que salía una bola de mantega. En el Carbayedo la cogíamos en una casería que había detrás de Les Cases de la República. Parece increíble, pero en la finca en que actualmente se levanta el Centro de Atención a la Dependencia y donde también hubo un ambulatorio, una guardería y una okupa de gatos callejeros, antes pastaban unas pocas vacas. Por su calcio crecieron mis huesos.

La naturaleza estaba cerca, corríamos por los praos de Carvajal, bebíamos en la fuente de Gaxín, cogíamos bambú en Valparaíso, nos subíamos a los árboles, comíamos moras. De aquella, en todos los barrios, incluido el Carbayedo, cuando bajabas a la villa decías "voy p'Aviles".

La historia del desarrollo urbano avilesino creó una geografía discontinua. Barrios inconexos, mezclados con zonas industriales y espacios en los que la naturaleza asfixiada luchaba por resistir el sitio.

Antes de la industria, Avilés era unas cuantas casas metidas entre bosques. De ese tiempo nos queda el recuerdo congelado en el nombre de los sitios. Del Xabú, el barrio de Sabugo, del Ciruelu, el pueblo de Ciruyeda, del Texu, La Texera y del Acebu L'Aceba. Debió dominar el roble, que en Asturies llamamos carbayu, a tenor de la abundancia de topónimos como Carbayedo, El Carballo, Los Carbayeos o La Carbayeda pero también debieron proliferar los castaños, al menos en El Castañeo o en Castañeda. Con la madera de unos y otros debieron construirse los 800 hórreos y paneras que hubo en el concejo.

De aquella abundancia hoy en día poco o nada queda. De los hórreos menos de la cuarta parte y algunas especies autóctonos de árboles solo se encuentran en los parques, la versión domesticada y estática de un bosque. Los árboles son los productores del oxígeno que en Avilés no tenemos. Los necesitamos para defendernos de la industria que nos rodea y que nos da de comer. Los necesitamos para defendernos de las calefacciones de gasoil, de los tubos de escape, de la lluvia acida. Sin embargo el urbanismo dominante en nuestra ciudad no parece poner esa necesidad en la lista de prioridades. Las sucesivas reformas de los parques y jardines de la ciudad tuvieron un elemento común: la sustitución de superficie verde por solados de hormigón y así crear espacios minimalistas de portada de revista de arquitectura vanguardia. En el reciente convenio con el Colegio San Fernando, la ciudad renuncia a un espacio verde en el que sobreviven unos pocos árboles donde gustan de pasear muchos vecinos y vecinas a cambio de una acera que camina hacia ninguna parte y unas pocas plazas de aparcamiento. La insistente apuesta del PSOE por la ronda por Gaxín puede llevarnos a perder los pocos reductos de bosque que quedan en Avilés en torno a los cauces de los regueros que nacen en los manantiales de la parte alta y desembocan en una alcantarilla.

No sé qué más tiene que pasar para que se pongan en valor los espacios naturales y que por fin la conciencia de la necesidad de mantener y recuperar parte de lo perdido sea tan obvia y tan mayoritaria entre la ciudadanía avilesina que ocupe el centro de cualquier propuesta de ciudad. El tiempo se acaba.

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