La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Vita brevis

La marimorena

Sobre el nacimiento de Jesús

Ya tenemos a las puertas el 25 de diciembre, que es la fiesta de la Navidad. Es este un día festivo en todos los países de tradición cristiana, con la salvedad de los más recalcitrantes de algunas sectas minoritarias de puritanos protestantes, que no celebran este día, porque en los Evangelios nada se dice de cuándo nació Jesús.

En efecto, en los primeros siglos los cristianos no tenían un día señalado para celebrar el nacimiento de Jesús. Fue a partir del siglo IV cuando la Iglesia decidió establecer el 15 de diciembre como el día en que debía conmemorarse ese acontecimiento, bautizando de esa forma la festividad del Sol invicto, que había establecido Julio César, cuando introdujo en el Imperio romano su famoso calendario juliano. Del Sol invicto al Cristo victorioso sólo hay un paso teológico.

Como se sabe fue el emperador Constantino I el que cristianizó el Imperio y, bajo el mandato de Justiniano, se erigió la basílica de la Natividad en Belén. Es una iglesia discreta por fuera, que se levanta en la llamada plaza del Pesebre con apariencia de fortaleza, y que por dentro tiene un especial encanto paleocristiano con restos de mosaicos primitivos. Bajo el presbiterio de la basílica se encuentra la gruta donde aseguran los popes ortodoxos que tuvo lugar el nacimiento. Allí hay un icono de la Virgen con el Niño rodeado de cortinajes y del humo de las velas y las lámparas y, en el suelo, una estrella, que besan arrodillados los peregrinos griegos, rusos y de los demás países de la Europa oriental que siguen la ortodoxia, que llegan allí con un pope de luengas barbas al frente, semejando ellos ser de una mafia del vodka y ellas matrioskas con pañoleta a la cabeza.

A partir de aquellos momentos siempre se ha celebrado la Navidad como una festividad de alegría, justo después del solsticio de invierno, cuando comienzan los días a ser levemente más largos que las noches. Todo el arte posterior ha plasmado ese suceso con luminosidad y ternura en la pintura y la escultura, con alegría desbordante en el teatro y la música. En este último arte el comienzo del Oratorio de Navidad, de Bach, podría ser el paradigma, con el redoble de los timbales y las trompetas, mientras el coro canta: "¡Jauchzet, frohlocket! Auf, preiset die Tage", que viene a ser: "¡Regocijaos, alegraos! ¡Arriba, celebrad estos días!".

La chusma, antes de ser soberana, ya se tomaba estos festejos con largueza de comida, dentro de los posibles, y sobremanera con bebida, que ya se sabe que hace olvidar las penas y desinhibe bastante. En este sentido se cuenta que, allá por el año 1702, una ceremonia religiosa que se celebraba en el convento de San Francisco, de Madrid, fue entorpecida por el alboroto de cánticos y ruidos de zambombas, tambores y panderetas de una taberna cercana. Parece ser que, al frente del personal alborotador, se encontraba una tal María la Morena, de tal manera que en ese sucedido se inspiró al villancico que dice: "Ande, ande, ande la Marimorena. / Ande, ande, ande que es la Nochebuena." Luego vino esa expresión tan castiza de que se armó la marimorena.

Siempre hubo en las misas del Gallo jolgorios semejantes, cuando estas se celebraban a su hora, que es la media noche, porque ahora raramente lo hacen, que se rezan por la tarde, que más bien parecen misas de la gallina. Así es más difícil el cántico de villancicos con marimorena incorporada, porque aún el cuerpo no ha ingerido lo suficiente. De este modo queda para la cena, para los postres y para el inevitable turrón la pelea, que suele ser con los cuñados, que al día siguiente se muestran resentidos sin razón ninguna, porque es parte del regocijo. ¡Felices Pascuas!

Compartir el artículo

stats