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Vita brevis

Decamerón

Pestes y pandemias que precedieron al coronavirus

Acabada la misa, las siete jóvenes amigas se quedaron a charlar en la desierta iglesia de Santa María Novella, comentando la peligrosa situación sanitaria por la que pasaba la ciudad. Decidieron salir de ésta y retirarse durante dos semanas a una villa campestre abandonada a unas dos leguas de distancia, que vienen a ser unos ocho kilómetros. En estas estaban cuando entraron en la iglesia tres jóvenes muchachos, que las seguían porque uno de ellos estaba enamorado de una de las concurrentes. Las chicas relataron el proyecto a los mozuelos y éstos aceptaron acompañarlas, de modo que al día siguiente partieron a su ideal y seguro encierro.

La villa estaba en lo alto de una colina y estaba rodeada de jardines y de frondosos e idílicos campos, como suelen ser todos los de la región de la Toscana. Allí se organizaron de tal manera que cada día uno de ellos sería el rey o la reina que gobernara todos los asuntos y, para pasar agradablemente el tiempo, dispusieron que por las tardes se juntaran para que cada uno de ellos relatara un cuento sobre el tema previamente propuesto por el rey o la reina del día. Este entretenimiento lo harían todos los días de la semana excepto los domingos, en que guardarían descanso absoluto, y otro día más, para dedicarlo a los asuntos domésticos. De esta manera acabaron relatando diez cuentos diarios y, al cabo de las dos semanas de retiro en la villa, un total de cien.

Este es el entramado del famoso libro "Decamerón", de Giovanni Boccaccio, que fue primicia de la literatura italiana en lengua vernácula, precursor del género de la novela y que tuvo una gran influencia en otros países, como es el caso de "Los cuentos de Canterbury", del inglés Chaucer. Aquí influiría en "El patrañuelo", del valenciano Juan de Timoneda, y en las mismísimas "Novelas ejemplares", de Cervantes.

En la primera jornada de las diez en que se relatan los cuentos, cuyo tema era lo que más le agrada a cada uno, el autor introduce una narración de la situación sanitaria de Florencia, que relata así: "Digo, pues, que ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar en otro, se había extendido miserablemente a Occidente."

Efectivamente, en el año 1348, Florencia padeció la epidemia de peste negra, que durante varios años del siglo XIV se extendió por Asia, Europa y el Norte de África, que produjo una gran mortandad, de tal manera que algunos calculan que diezmó un tercio de la población y que, por ello, se ha calificado como el mayor desastre biológico de la humanidad. Eso sí que fue una pandemia, cuyo origen parece ser que también fue en China y que se extendió a través de las rutas comerciales, siendo Italia el primer lugar europeo en que atracó y de allí se expandió por todo el continente, incluidos los entonces reinos de Aragón y de Castilla, hasta el punto de que el rey castellano Alfonso XI falleció infectado de esta enfermedad cuando sitiaba Gibraltar, que entonces no era todavía de los ingleses, sino para conquistársela a los moros.

Ni comparación tiene aquella peste negra con lo del coronavirus, que a su lado es una pestecilla que a lo sumo es gris marengo. Pero el caso es que hemos estado catorce días recluidos como los protagonistas del "Decamerón", aunque la inmensa mayoría en un pisito, y nos queda otro tanto. Si aquellos contaron cien cuentos en diez días, ahora podremos contar doscientos, dejando chico a Boccaccio.

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