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El último viaje de Mimo

Recuerdos del padrino, sacerdote, amigo, que siempre tenía la palabra que uno necesitaba escuchar

Mi padrino se llamaba José Manuel Feito. No era un padrino sólo de Pascua. Cuando yo era pequeño venía todas las semanas a contarnos un cuento a mi hermana y a mí. En el lenguaje gíglico simplificado de los niños "padrino" se convirtió en "mimo", y fue el nombre que le quedó en mi casa siendo adoptado también por los adultos.

Mimo era un hombre especial. Además de sacerdote era escritor, poeta, profesor, estudioso de lenguas, de jergas, de la cerámica, de la música, de la historia, del cine, de la filosofía?, y tenía ese aire despistado de quien mira a lo lejos. Curioso de la informática, apenas surgió internet hizo una web para la parroquia de Miranda de Avilés, que contiene un bonito tesoro: muchas de sus homilías, que escribía con esmero, son reflexiones sobre multitud de temáticas a tenor del evangelio del día, salpicadas de referencias, documentadas y vinculadas con todo el conocimiento que su curiosidad le permitía recoger.

Mimo era una especie de Tolkien vaqueiro, cuyos cuentos cobraban vida en la imaginación: Cortinitas, la niña de las coletas coloradas, el oso de la chaqueta negra o el lobo que tenía los ojos de cristal, eran personajes que salían a la luz de la luna, se colaban en la habitación y continuaban jugando, atravesando ríos y subiendo montañas cuando se cerraban los ojos. Había una bruja tan pequeña que en vez de montar una escoba montaba una aguja y la llamaban "Brújula", un mosquito que picaba verde, un arco iris que bajaba a beber agua al río y decidía de qué color teñir las camisas de los niños, un radiador friolero y una langosta pensativa.

Un día se le ocurrió hacerme una entrevista cuando apenas tenía 4 años. Y no fue una entrevista fácil:

-?¿A quién quieres más? ¿A tu padre o a tu madre?

?-A los dos.

?-Ya, sé que quieres mucho a los dos, pero? siempre se quiere un poquito más a uno o al otro. ¿No hay uno de los dos que quieras aunque sea un poquito más?

?-No, no, les quiero a los dos igual.

-Pero ¿un poquitín más?

La diplomacia exige perseverancia y aquellos minutos fueron eternos. De aquella teníamos una perra llamada Laika, quizás en honor de la astronauta. Y al igual que ocurre con los seres de los cuentos, algunos animales habitan fuera de los estrechos márgenes de las disputas de cariño. Así que al ser preguntado por mi amor por Laika, admití sin dudarlo que la quería más a ella, porque siempre me quitaba las zapatillas cuando jugábamos en el patio.

Años antes de la entrevista ya me había grabado cuando yo aún no hablaba. Se aproximaba la Navidad y el montaje del belén viviente ya estaba casi listo. Pero le faltaba el llanto de un bebé para acompañar a la voz en off de la narración y al resto de efectos especiales artesanales. Llamó a mi madre para pedirle este sonido, pero mi madre le dijo que yo casi nunca lloraba, que sólo alguna vez cuando me sacaban del agua al finalizar el baño. Hicieron falta varios intentos, pero al final consiguieron que diera un berrinche. Y así fue como entré a formar parte de los efectos especiales del belén viviente representado por niños y niñas del catecismo, en el cual años más tarde haría varios papeles en sus diferentes ediciones: de rey Herodes, de rey mago, de ángel.

Mimo era mucho más que un sacerdote, incluso cuando hacía funciones como tal. En los momentos más duros, cuando más necesitabas una palabra, nunca te dedicaba una palabra estándar, te dedicaba unas palabras para ti, porque te conocía. Recuerdo especialmente el funeral de mi abuela Lupe. Anarquista y atea de nacimiento, mi abuela tuvo un funeral católico por una decisión de mi madre que aún hoy no me explico. Mimo no usó el bálsamo de la otra vida, ni del amor de Dios. Le ofreció sus respetos por su vida de luchadora, recordando los años que estuvo en prisión, los sacrificios que hizo en aquella época para sacar a sus hijos adelante, su exilio, y nos dijo que su ejemplo y su recuerdo permanecerían siempre con nosotros.

También dijo el funeral por mi abuelo Gene, el último calderero del cobre en Miranda. Con mi abuelo pasó muchos ratos para hacer un diccionario del Bron, la jerga de los caldereros, a la que dió usos nuevos, traduciendo el Padre Nuestro o el himno de Asturias, y haciendo un curso para que la gente lo pudiera aprender. Aún hoy se pueden ver las lámparas de cobre que encargó para la iglesia a modo de homenaje a los caldereros, y bautizó a la capilla aneja como "Chipena Utana", la iglesia pequeña.

Su casa, también aneja a la iglesia, no era más que el almacén de cuentos, teatro viviente, alfar, música e historias contenidas en montones de libros ordenados en estanterías dobladas por el peso que colonizaban todos los espacios, incluida la cocina.

Cuando fui a tu casa el pasado sábado, Mimo, tú que eras un viajero incansable del paisaje, y del paisanaje, dormías en la cama esperando tu próximo destino. No sabes cuánto lamento no haberme podido sentar a tu lado y contarte un cuento como tantas veces hiciste tú, y dibujarte un personaje que te acompañara al cerrar los ojos.

Cuando seas mayor, yo viejecito - los cuentos que escuchamos no se olvidan-, acuérdate también del "cuentacuentos" que contándote cuentos te dormía y cuéntale tú alguno, que los viejos son niños como tú, pequeña mía.

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