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LA RUCHA

Píramo y Tisbe

Otro mito para ti, que creces de día en día, para que veas y aprendas de historias envejecidas. Otra leyenda que habla de lo inútil de la tirria, de lo poco que nos sirven rencores y antipatías. Los mitos, ya te lo dije, son reflejos de la vida. Son como somos nosotros todos sus protagonistas. Sean héroes o reyes o princesas o heroínas, son personajes que existen también en nuestra rutina. Los mitos, te lo expliqué, nos sirven como doctrina, como espejo, como ejemplo. Nunca los pierdas de vista, porque un mito nunca muere y si muere, resucita. Los mitos, acuérdate, son palabras con semilla y donde caen aumenta la verdad y la harmonía. Escucha, escucha esta fábula, nos habla de odio y de inquina:

Píramo y Tisbe vivían en dos estancias contiguas, en el reino de Semíramis, en la Babilonia antigua. Sus padres habían reñido por una huerta muy chica y prohibieron a los jóvenes hasta darse buenos días. Se conocían desde niños y desde niños sentían que les brillaba el amo cada vez que se veían. Pensaban, noche tras noche, de qué manera podrían salvar aquella distancia desde tanta cercanía. En la pared medianera hallaron una rendija que les sirvió de camino para deseos y delicias. Ella murmuraba besos y él susurraba caricias y esperaban impacientes a la hora de la cita.

Pasan los meses y observan que aquella llama crecía y deciden escaparse bajo la luna crecida. Se verán en las afueras de la ciudad, donde había un moral de moras blancas y un manantial de agua fría. Llega Tisbe la primera a la zona decidida y siente que entre las hojas alguien se mueve y camina. ¡Una leona sedienta! Tisbe la ve y se horroriza y huye y deja atrás su velo. Mas la leona está herida. La fiera olfatea el pañuelo de seda pura y muy fina y lo rasga y lo ensangrienta con la sangre que destila. Cuando Píramo regresa ve la prenda y llora y grita y hunde en su pecho la espada y cae al suelo sin vida.

Tisbe aparece, asustada, y, al encontrar tal desdicha, hace lo mismo que Píramo y sobre él queda dormida. De la sangre derramada las moras, hoy todavía, cogen el dulzor y el tinte para madurar dulcísimas. Y Amor desde entonces pide que la eternidad permita que sean amores eternos los que se prohíben en vida.

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