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Veinticinco años después...

A propósito de las bodas de plata de la décima promoción de Los Robles y de la situación educativa

El pasado 16 de mayo tuve la oportunidad de dirigir unas palabras a los alumnos de la décima promoción del colegio Los Robles, con motivo de la celebración del XXV aniversario de su graduación de COU, curso 1989-1990 . Y les decía que veinticinco años son muchos en la vida de una persona, y la prueba más evidente es que aquellos adolescentes ilusionados y llenos de proyectos e incertidumbres hoy son excelentes profesionales y responsables padres de familia, y quien les hablaba, un servidor, ha pasado de padre treintañero a abuelo. Supongo que este mismo hecho justifica que organismos, empresas, promociones, matrimonios? celebren sus veinticinco años, ya que atesoran unas experiencias y vivencias que les identifican y que justifican su propia razón de ser. Y es que si algo se debe cuidar es el corazón, los afectos, lo que nos hace y nos identifica como personas, pues no sólo de pan vive el hombre, y es que, como dice la canción, "no se puede engañar al corazón".

En estos años hay muchas cosas que han cambiado; así, ya no se necesita el teléfono fijo y el teléfono público del pueblo lo han quitado. Nos comunicamos con whatssap, incluso cuando novio y novia comparten la misma mesa, o por correo electrónico, y los uniformes, detestados en otro tiempo por los alumnos, ya que se les identificaban con colegio concertado o privado, hoy son usados libremente en todos los centros educativos, pues son muy útiles, evitan una posible discriminación social y facilita el ahorro de las familias. Ahora ya se hace tutoría con los alumnos en todos los colegios, ya sean públicos o privados, aunque quizás la diferencia está en la frecuencia y la calidad de la misma. Para mí, hablar de tutoría es recordar a personas como don Víctor García Hoz, don Tomás Alvira, don Gerardo Castillo u Oliveros F. Otero, entre otros muchos impulsores de la misma hacia la segunda mitad del siglo XX (años setenta)? pero hay un tema que sigue sin resolverse y que me atrevo a plantear ahora, ya que estamos en plena efervescencia social y política, y que es crucial para el desarrollo de cualquier país y cobra tintes de gravedad en el nuestro: el tema educativo. Toda la sociedad civil reclama y pide un pacto de Estado en educación que facilite una auténtica calidad educativa y una igualdad de oportunidades para todos, de modo que ningún alumno con capacidad intelectual sufra ningún quebranto en su aprendizaje, sea cual sea su situación familiar y económica. Y ese pacto educativo en una sociedad llamada del conocimiento, como la nuestra, donde cada vez se demandan más inversiones en I+D+i, y donde se buscan nuevos modelos productivos y económicos, debe basarse en la calidad, independientemente de la titularidad del centro, y en reconocer la importancia que tiene el profesor en todo ese proceso. Hemos de pasar página y superar rancios clichés del pasado y reconocer que lo público y lo privado tienen que coexistir y que lo primero que se ve según vienes de Gijón y llegas a Oviedo es la torre de la Catedral, la mocha, la Catedral de Oviedo, construida en el siglo XIII. La única norma que debe regir en todo centro educativo es la de la calidad, y esto no supone desconocer la realidad social que tipifica a cada centro y desprotegerlos.

No hace mucho un antiguo alumno, investigador, me dijo que no tardando veríamos que la luz que reciben los árboles por el día podría utilizarse para alumbrado nocturno. ¡Cuánto se ahorraría en alumbrado público! ¡Ojalá sea pronto una realidad independientemente que el equipo de investigadores sea financiados por el Estado o por entidades privadas!

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