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Por la cultura hacia el progreso

La importancia de la educación y el conocimiento para el despegue económico de Noreña

Decíamos ayer que el interés por la enseñanza había sido un factor destacado en el desarrollo de la sociedad noreñense durante el pasado siglo. Si Noreña logró una posición económica envidiable en Asturias fue porque su población presentaba altas tasas de alfabetización que incidieron positivamente en su progreso, con una mano de obra bien formada y unos índices de lectura (o sea, de interés por el saber en sus más variadas manifestaciones) de los más elevados del Principado. El conocimiento es prosperidad, y la educación, un factor decisivo, el primordial, para el despegue de cualquier grupo social, desde lo local a lo global, de un concejo pequeño asturiano a un país como España.

Podemos encontrar multitud de ejemplos a lo largo de la literatura científica que relacionan ambos conceptos. Uno de los más recientes, en el libro "Una herencia incómoda", de N. Wade (Editorial Ariel, 2015). Ponemos encima de la mesa sus llamativos datos por el valor que tienen para demostrar que la capacidad de despegue de cualquier pueblo no está relacionada con su tamaño demográfico, sino con su voluntad de aprender y mejorar, de sacrificarse en el estudio y de invertir en educación.

Plantea Wade que los judíos representan solamente el 0,2% de la población mundial y han conseguido, sin embargo, el 14% de los premios Nobel en la primera mitad del siglo XX, a pesar del Holocausto. En la segunda mitad de ese siglo ha duplicado el porcentaje y el mismo camino se observa en la primera década de este. Además, escritores judíos han conseguido el Nobel de Literatura escribiendo en "yiddish" y en hebreo, así como en inglés, francés, alemán, ruso, polaco o húngaro.

En el libro también se comenta un revelador estudio de la Universidad de Utah que muestra que los judíos askenazis, los que se asentaron en la Europa central y oriental, puntúan entre 110 y 115 en coeficiente de inteligencia, 16 puntos por encima de la media de los europeos, y se colocan como el grupo étnico con el promedio más elevado en esta medida. Sus puntos fuertes son la compresión verbal y las matemáticas. Sin embargo, no destacan en las tareas audiovisuales.

Su sencilla explicación para estos hechos resulta sugerente. Para el autor, todo comienza con la destrucción del templo de Jerusalén en el año 71 de nuestra era por los romanos. En ese momento, la religión hebrea, de los rabinos y de los sacrificios, tuvo que replegarse en la intimidad de la lectura de los libros sagrados y se marcaron como objetivo la alfabetización de todos los varones. Lo hicieron con paso firme en unos tiempos en que saber leer no era nada habitual. Así, cuando se iniciaba el siglo XVI en Europa sólo podía leer el 10% de su población frente a la casi totalidad de los judíos.

Esto nos ayudaría a comprender por qué desde su llegada a Europa, hacia el año 900 de nuestra era, los judíos askenazis comenzaron a sobresalir en las actividades relacionadas con las letras y los números, destacando fundamentalmente como prestamistas por su control sobre los contratos, los cálculos y las redes comerciales en diferentes ciudades. Como es conocido, esta relevancia tuvo consecuencias positivas para sus patrimonios y reconocimiento social, aunque también fue el origen de numerosos desastres en su historia.

Y Noah Harari, una de las mentes más preclaras en este arranque del siglo y también judío, recoge los mismos datos y comenta que los logros obtenidos por Einstein, Freud, etc., son el resultado de su interacción personal con sociedades en busca del conocimiento.

En la base de todos estos buenos datos está el cuidado y el amor por la cultura a lo largo de miles de años, nunca la etnicidad. No existe recetas milagrosas. Para crecer y crear riqueza para todos hay que profundizar en el saber con trabajo y esfuerzo. Aprendamos la lección. Si así consiguió Noreña ser lo que fue, así debería enfrentarse al desafío actual potenciando la cultura y su sistema educativo. ¿Existen otros caminos?

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