El calor era tan aplastante que me sobraban tres de los cuatro pelos que me quedan en la cabeza. El peluquero de Évora, con esa cortesía que los españoles hemos perdido, realizó la labor mientras el sillón masajeaba mi fatigada espalda. Entonces me lanzó la pregunta: "¿Qué te parece lo de tu rey? ¿Crees que se divorciará?". Tiene bemoles que haya que cruzar la frontera para enterarse de algo así. La revista que puso en mis manos lo decía con todas las palabras. Felipe a punto de divorciarse de Letizia. Y lo más gordo venía después: que Juan Carlos anima a su hijo a mandar a paseo a su esposa. Es lo que tiene viajar a las repúblicas: te enteras de lo que sucede en la realeza.
El peluquero aguardaba mi respuesta. Y yo, ciertamente, no la tenía. Si bien no me extrañaría. Desde que los grandes expertos en la Casa Real española anunciaron solemnemente que el putiferio de Buckingham Palace jamás sucedería aquí, los borbones y sus allegados no han dejado de dar espectáculo. Además, dos cosas apuntan hacia la ruptura: por una parte, tenemos un Borbón, lo que induce a pensar que pueda haber heredado la tradicional inquietud sentimental y sexual de la familia, comenzando por su papá. En segundo lugar, el carácter de Letizia parece animar a poner kilómetros de por medio. Además, tenemos el presunto impulso del Emérito, que también ha puesto un mundo y alguna que otra señorita entre él y su cónyuge. Anda y mándala a paseo, hijo mío. Qué bueno. Al final va a resultar que el único "formal" era Marichalar. Manda huevos.
Cuando nuevamente oí decir a los expertos en la Casa Real española que Felipe es distinto a su padre y que nunca se meterá en follones pensé: "Oh, oh. Zarzuela, tenemos un problema". Porque el antecedente está repleto de amistades peligrosas, negocios oscuros, faldas y minifaldas disculpados gracias a la versión oficial del 23-F, que elevó a Juan Carlos a los altares de la democracia nacional. A ver qué pasa.
