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Tinso, el retrato de un singular artista

Agustín Domínguez, conocido por restaurar la basílica de San Juan el Real de Oviedo, recibe un homenaje en Mieres

Es muy posible, incluso lógico, que si le preguntamos a un grupo de mierenses quién es Agustín Domínguez responderán con un rostro de duda para terminar negando el conocimiento de esta persona. Sin embargo, si la pregunta se refiere a "Tinso", su contestación será terminante y sin duda alguna: "¡Sí, hombre, Tinso, el que pinta!". Ahí está la clave porque, en cualquier rincón de la villa de Mieres, en el vehículo comercial de carga menos pensado podrá aún descubrirse la huella del trabajo esmerado de este pintor rotulista y artístico que un día cayó por estos lares desde tierras gallegas. Y es que muchos habitantes de la localidad, después de cincuenta años, deben estar convencidos de que Tinso es de esta tierra. Y así debería ser puesto que se enraizó en ella de una forma total, recreando la figura de artista bohemio con enorme autenticidad, estilo y gracia, cuando esa estampa aun no contaba con frecuencia dentro del vocabulario habitual de la calle.

Pero no. Tinso (cuyo estilo ya nos acompañará en lo que resta) nació en Galicia, Ponte de Porco, cerca de El Ferrol concretamente. Pertenece a una familia cuyos progenitores, pese a las penalidades, tuvieron diez hijos, siendo Tinso (dicho con acento asturiano) el más ruin hasta el punto de que su familia le llamaba "Tinsiño" y en el cine no lo dejaban pasar a ver películas de mayores, cuando era el único de los hermanos que había hecho la "mili", eso sí, como voluntario. Esta circunstancia hizo que comenzase a germinar en el interior de nuestro protagonista el deseo de buscarse otros caminos en la vida, aunque lo cierto es que en su interior anidaba la huella inquebrantable de una vocación por la pintura considerada inamovible. Y nació el deseo de "navegar" por otros mares. Antes hubo de "jugar" un papel contradictorio con motivo de la Guerra Civil. Siendo niño, cuando circulaban camiones con fuerzas republicanas, su madre les hacía levantar el brazo. Ello lo ejecutaban con la mano abierta. "Así no, neninos, con el puño cerrado". Posteriormente eran las fuerzas llamadas nacionales las que pasaban y la madre: "Levantad los brazos". Ello con el puño cerrado. "Así no, neninos". Y abría la mano. Toda una contradicción, que el bueno de Tinso nunca llegó a entender, según él mismo cuenta.

Sería largo y pesado recoger aquí todos los pormenores de la vida de Tinso en su travesía mierense. Vamos a intentar resumirlos en unos pocos episodios de cierta relevancia. Tras un lapsus temporal como trabajador en Grandas de Salime, donde vivió momento difíciles que le hicieron abandonar, llegó a Mieres para trabajar en la minería, de donde fue despedido puesto que estando enfermo cuando le dieron el alta médica se olvidó de presentarla en la empresa. Así comenzó un ciclo de carencias económicas con estancias en Requejo y Oñón, con su sordera a cuestas, que solo se aliviaba momentáneamente gracias a uno de los inventos contra este tipo de dolencias y que él solía apagar cuando la persona que se le acercaba no era de su agrado, mientras que si lo consideraba amigo la sonrisa brillaba en su rostro e iniciaba una conversación sincera. Un día, tras su accidentado sueño sobre tierra en la chabola de Oñón y tapado con unos cartones, instintivamente se puso de rodillas y a su forma y manera oró ante Dios, pidiéndole le diese trabajo y si podía ser de carácter religioso que era por lo que sentía verdadera pasión. Pocos tiempo después estando decorando un bar en la plaza del barrio, alguien se le acercó para decirle que el párroco de Colombres deseaba contratarlo. ¿Milagro? Fue el punto de arranque de un etapa cuyas señales perdurarán en el tiempo, puesto que a continuación fue llamado para restaurar la iglesia basílica de San Juan el Real de Oviedo, puede que el testimonio más brillante del arte pictórico de la región.

Tinso se hizo cargo de la obra sin ayuda de nadie. Él se encargaba de todo, como poner y quitar andamios, en ocasiones a una altura inquietante, con peligro para su integridad. No le importaba. Estaba en su salsa y corría con todas las consecuencias. Quizás el sello de la obra y el don de las alturas velaron por su vida. Y así varias décadas, recibiendo en contrapartida una modesta cantidad de dinero. Algunos hechos y acontecimientos jalonan el largo periplo de cerca de treinta años. Desde el pequeño choque de los promotores de una boda con el pintor a causa del andamiaje que rodeaba el altar de la ceremonia, alegando que iba a estropear el reportaje fotográfico hasta la respuesta de Tinso, manifestando que para media hora que duraría el acto no iba a retirar todo el montaje con más de una semana de retraso.

Si embargo, el acontecimiento de mayor relieve ocurrió cuando el protagonista de esta historia se subió a más de catorce metros, en la principal cúpula del templo donde se encontraban los doce apóstoles con Jesús. Nuestro hombre decidió que en vez de doce deberían ser trece y añadió una figura más con su propio rostro, incluidas las gafas. No debió caerle del todo mal a la máxima autoridad del templo puesto que allí sigue este detalle, si se quiere pintoresco pero con cierta carga filosófica. El desenlace final ocurrió hace cierto tiempo cuando la Diócesis decidió que otro sacerdote se hiciese cargo de la parroquia. Tinso, que entonces se dedicaba a labores de conservación, vio rebajada enormemente su asignación mensual viéndose obligado al abandono de funciones y regreso definitivo a Mieres para, de nuevo, pasar calamidades y carencias, que no fueron obstáculo para que incluso ayudase a familias aún más necesitadas que él.

Para muchos mierenses la vida y figura de Agustín Domínguez es toda una lección de acción bohemia pero sin el menor ánimo de intentar llamar la atención social y pública. Viene a ser un demostración de libertad nacida del signo propio y del desarrollo de una vida siempre guiada por una inclinación vocacional. Algunos personajes de esta tierra asturiana intentaron, y en ocasiones lo lograron, aprovecharse del desprendimiento material y falta de ambición en ese terreno de Tinso. No le importó y siguió su rumbo para volver, podría decirse, al principio de su vida. Nunca le ha faltado pasión por la búsqueda del vellocino de oro en sus aspiraciones artísticas pese a miserias y calamidades.

Afortunadamente un reducido grupo de amigos e incondicionales se dio cuenta de que estaba viviendo su miseria en una buhardilla de Requejo con amenazantes peligros de provocar una tragedia. Con una enfermedad por bandera, y camino de los noventa años de edad, tras la oportuna intervención quirúrgica en el hospital Alvarez Buylla, hoy reside en el centro de personas mayores "Picu Siana", donde (se nos olvidaba que es un enamorado de la música y el baile que ejecuta a su forma y manera) se ha convertido en la atracción y la alegría de residentes y personal. Su futuro inmediato, económicamente hablando, está en estudio puesto que no dispone de fondos para sufragar los gastos de estancia. De todas formas, como punto final cabe decir que Mieres, como escaparate físico, presenta la huella imborrable de este artista gallego que ha puesto una pica en Flandes con la monumental obra de restauración de la iglesia - basílica de San Juan el Real de Oviedo.

Bares, restaurantes, camiones de reparto, paredes autorizadas, autobuses y vehículos comerciales llevan la marca inconfundible de Tinso. ¡Ah! Se nos olvidaba. Nos parece que fue el inventor de la pintura de bares y restaurantes, con el anuncio desde el interior del establecimiento con el fin de evitar las faenas de los gamberros. Ustedes lo verán. Este próximo lunes, día 17, recibirá en el auditorio de Cajastur en la calle Jerónimo Ibrán, el calor y el merecido reconocimiento del pueblo mierense.

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