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A contracorriente

Pedro Torre, el hacedor de gaitas

Natural de Peñamellera Baja y vecino de El Condao, en Laviana, fabrica instrumentos que se tocan en España y en Europa

Es todo un artesano de la madera y en este menester manual su vocación es construir gaitas y colocar con maestría el fuelle animado, los agujeros melódicos y el estiloso adorno de tan asturiano instrumento. Me refiero a Pedro Torre Ursueguía, un trabajador de la mina ya jubilado, natural de Merodio en Peñamellera Baja que lleva viviendo en El Condao, Laviana, más de cuatro décadas. Hijo y nieto de afamados gaiteros, Pedro ve pasar la vida en su taller de trabajo y sentimiento y en ese reducto disfruta con su quehacer manufacturero diseñando notables gaitas y perfilando punteros con la garantía del exigente artesano. Con nobles maderas de boj, granadillo o la caoba africana, moldea y conforma sus gaitas con el celo de un virtuoso y la paciencia de un científico. No deja hueco a la improvisación y en sus medidas ajustadas conforma la estructura final de una cornamusa intensa y elaborada. En días de esfuerzo y premura construye ese instrumento en una semana y son muchos gaiteros de toda España, especialmente de la cornisa cantábrica y algún bretón, los que demandan su trabajo delicado. Flautas y dulzainas también están en el empeño de Pedro, pero su dedicación primordial son las gaitas asturianas.

Observar a este artesano en plena dedicación manual es acercarse a la medida exacta, al minucioso momento de colocar la pajuela, a la finura de sus manos y a todo el engranaje que conlleva este propósito de oficio y seducción. Todo un menestral que conoce el oficio como pocos y se transforma en su dedicación como un místico en plena levitación. Maestro y purista de la madera, Pedro consigue domar las diferentes partes del singular instrumento y dotarlas de vida y acción. Y aquí hay mucho de destreza, habilidad, arte y compostura, fruto de años, de empecinamiento y disciplina, al tiempo que buen tocador de gaita.

Pedro, mientras termina un pedido, recuerda con nostalgia y devoción a su padre y abuelo recorriendo las romerías estivales en el Oriente asturiano y no había fiesta y ambiente popular donde no estuvieran con su gaita personal los Torrucos, que así los conocían, por las Peñamelleras, Ribadedeva o Cabrales. Y en su alto Nalón de emoción, paciencia y casamiento, este artífice de las buenas gaitas vive en su vivir y apura los últimos retoques de un encargo por parte del gaitero Pelayo Coalla, para rendir cuentas con su amigo Lisardo Lombardía y acercarse a la ciudad bretona de Lorient. La finalidad no es otra que ofrecer un concierto gaitero y proyectar la manufactura de Pedro, con la estupenda y acicalada madera de boj, en esa localidad francesa. La gaita recién horneada se torna en canto de cuna, en música celestial y en la melodía del "Chalaneru".

Pedro Torre Ursueguía se ve feliz y dichoso. Un hacedor de gaitas que sigue fiel al talento, al genio y a una disposición bien entendida.

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