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Velando el fuego

Que veinte años no es nada

El recuerdo del encierro de trabajadores de Duro Felguera en la Catedral de Oviedo y el actual de Vesuvius

Han tenido que transcurrir otros veinte años -más en concreto veintidós- para que los trabajadores de Vesuvius hayan vuelto a recordarnos la letra del tango de Carlos Gardel. Que por mucho que no nos demos cuenta, o tardemos en hacerlo, es un soplo la vida para quienes viven de su trabajo, y que el pasado acostumbra volver a enfrentarse con nuestras noches y, como en este caso, con algunas de nuestras peores pesadillas. Porque eso es lo que les ocurre en la actualidad a los 111 integrantes de una plantilla que se resiste -y además de un modo ejemplar- a que el resto de sus noches estén pobladas por el fantasma del paro y por el frío de la desesperanza.

De modo que dispuestos a luchar contra la red del olvido industrial que la empresa está tejiendo, tres de ellos, a modo de avanzadilla del resto de sus compañeros y también del resto de Asturias (el problema de Vesuvius no es un río particular, sino que extiende su presa por todo el territorio asturiano), han decidido encerrarse en el interior de la catedral de Oviedo, una gesta que hace veintidós años protagonizaron también algunos trabajadores de Duro Felguera que, como en el caso actual, y tras sufrir hondas horas de dolor, decidieron defender la fortuna de su humilde corazón, que consistía en vivir aferrados a los dulces recuerdos de otros tiempos en los que el trabajo formaba parte de su patrimonio diario.

He procurado siempre en esta columna o en cuantas opiniones he emitido al respecto, no enarbolar la bandera de la uniformidad cuando de los empresarios se trataba, puesto que hay algunos -por desgracia no son muchos- que tienen el corazón orientado hacia el sur, ese lugar en el que es posible armonizar el tacto frío del dinero con la calidez de un puesto de trabajo remunerado con más o menos justeza. Sin embargo, en esta ocasión los dirigentes de Vesuvius están demostrando que el acero es el único material del que tienen hecho el corazón, orientado exclusivamente hacia la gelidez de un norte al que lo único que le interesa es el sonido metálico y desafecto de su cuenta de resultados.

Habrá que esperar, pues, al final de esta historia, y confiar, cómo no, en que tenga un desenlace feliz. Pero para que suceda así, no sólo será necesario el esfuerzo que están haciendo los trabajadores de Vesuvius, sino que cada uno de los habitantes de esta cuenca (como ha quedado demostrado en las concentraciones y marchas que hubo hasta la fecha) debemos continuar prestando nuestro apoyo, cada cual a su manera y según sus posibilidades. Puede resultar un tópico decir una vez más que las Cuencas somos todos, pero, a fin de cuentas, los tópicos resumen a la perfección un sentir general, y no hace falta más que escuchar los comentarios que se hacen a diario sobre la situación de Vesuvius para darse cuenta de que ese sentimiento generalizado de solidaridad hacia los trabajadores y de críticas hacia la intransigencia y soberbia de los empresarios de Vesuvius forma parte de nuestro armazón colectivo.

Confiemos en que a partir de ahora el sonido de las campanas de la catedral de Oviedo sea cada vez más alegre, hasta que se echen al vuelo demostrando con ello que el conflicto se ha resuelto del modo más favorable para los trabajadores. Ya está bien de tantas veces como tocan a funeral en nuestras Cuencas. Pero para ello es preciso que, de una vez por todas, los responsables del campanario político asturiano se pongan a trabajar en serio.

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