Diario del coronavirus.
¿Sienten ese agradable regusto, una sensación de disfrute durante los minutillos que nos conceden para salir a la calle? Es la libertad, de la que estamos privados. Háganse a la idea de que así, confinada, controlada, observada, limitada, vive buena parte de la humanidad, que no puede moverse cuando quiere, obligada a acatar órdenes bajo amenaza de sanción.
Una emergencia sanitaria nos condujo a la suspensión temporal (aunque cada vez más larga) de buena parte de nuestra libertad, que duele, vaya si duele, pero que, con mayor o menor resignación, aceptamos para salvar y salvarnos. Pero en decenas de países esto es lo habitual porque lo impone un tipo. Y el que se mueva, al trullo o al hoyo. Porque sí. Se reviste de ampulosa terminología, que si la patria, la revolución o el dios correspondiente, si bien el resultado es siempre el mismo: el cercenamiento de la libertad.
Ahora, con la puerta de la pajarera cerrada por imposición de la autoridad e impedidos para volar a nuestro aire, quizá unos cuantos comiencen a apreciar el auténtico valor de ser libres. Eso sí; aún resiste, aunque nos la pretenden capar, la libertad de expresión, actualmente muy enferma a causa del virus de la mentira y la media verdad. Pero sepan que existe una vacuna eficaz que reside en el último reducto que le queda al ser humano: el pensamiento. Sin embargo, al renunciar a ella para convertirnos en simples espejos que rebotan ideas e imágenes ajenas sencillamente decimos adiós a nuestro tesoro más valioso.
Y es lo que abunda estos días, repetidores de mensajes, ciertos y falsos, seres humanos que desecharon ser libres.