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El baúl de la historia

Recordando los campamentos de verano

El día a día en las antiguas colonias escolares, que se realizaban tanto en la costa como en la montaña

El origen de los llamados campamentos de verano, o colonias escolares como se llamaban entonces, se remonta a finales del siglo XIX, lo que quiere decir que se acostumbran a hacer desde hace casi 150 años. La conocida Institución de Libre Enseñanza los denominaba programas del verano, o programas educativos no académicos. Aquí en Asturias, estos campamentos se iniciarían con las llamadas Colonias Escolares Universitarias de Salinas que surgieron en lo que se denominó la "Edad de Oro" de la Universidad de Oviedo. Entre los años 1885 y 1910, éstas serian promovidas, entre otros, por los catedráticos Fermín Canella, Adolfo González Posada, Adolfo Álvarez Buylla y el mierense Aniceto Sela. En 1894 se fundó para gestionarlas la Junta de Colonias Escolares de la Universidad de Oviedo. Las colonias escolares en Salinas funcionaron sin interrupción hasta 1984, llegando a hacerlo incluso durante la Guerra Civil española. A estas colonias escolares asistieron principalmente niños de Oviedo y de las cuencas mineras, además de otros lugares del país.

Después de la Guerra Civil, muchas empresas de Asturias y en general de la minería y siderurgia, intentaron allegarse a sus trabajadores mediante obras en beneficio del desarrollo social de sus áreas de influencia. Se percibía una tendencia a canalizar el apoyo de sus trabajadores y familias a través de fomentar actividades ajenas al mundo laboral y una de estas serían los campamentos de verano para los hijos de sus trabajadores. Como curiosidad, mencionaremos que en esos tiempos en Mieres y durante pocos años, sería la parroquia de San Juan quien organizó un campamento de verano en Busdongo (León). Esta iniciativa parroquial nació y desapreció con el sacerdote Andrés Corsino durante su corta estancia en San Juan. En Mieres, las principales empresas que prestaron estos servicios a los hijos de los trabajadores fueron Fábrica de Mieres y la Astur-Belga de Minas. Ésta última empresa se dedicaba a la extracción de cinabrio en los barrios de La Peña y El Terronal, estando sus primeros campamentos localizados en Valverdín y, años después, en Villamanín (León).

En los años cincuenta, Fábrica iniciaría unas colonias infantiles en Villamanín y Tapia de Casariego destinadas a hijos de trabajadores. Comenzó la colonia infantil de Villamanín en una casa de aspecto modesto, situada junto la carretera. En 1957 fueron 376 solicitudes las que se recibieron en la Comisión de Ayuda de Fábrica de Mieres para veranear en Villamanín. En ese año, la colonia inició la temporada el 10 de junio con tandas de niños que alcanzaban la cuarentena. En ese mismo año, para aumentar la capacidad de niños, la empresa arrendó otro local cercano a la casa principal, con una capacidad para dieciséis camas, siendo el local completamente dispuesto para que no faltase ningún detalle para el disfrute de los niños.

En 1959, ante el éxito de estos campamentos y para mejorarlo, la empresa compró un magnifico chalet situado en una finca de más de dos mil metros cuadrados, plantada de pinos y numerosos árboles frutales. También contaba con una buena pista de tenis. La temporada de vacaciones de estos niños comenzaba en el mes de junio y finalizaba el último día de septiembre. Siendo las tandas de veinte días. El que fueran destinados al mar o a la montaña dependía de un examen médico previo, que determinaba las condiciones de veraneo más beneficiosas y convenientes para cada uno de los niños.

Los niños eran transportados en autocar desde la villa de Mieres hasta la colonia correspondiente. Siempre iban acompañados de una asistenta social de la empresa, provista de cuanto podía hacer falta a los pequeños en el viaje.

Las visitas a los niños por parte de los padres estaban reguladas y por ello, se hacían en domingo o día festivo. Eran veinte días en los que el niño permanencia alejado de la familia.

Las condiciones para ir a estas colonias infantiles de la empresa Fábrica de Mieres eran: que la edad los niños fuese entre los siete y los doce años cumplidos. La preferencia se dictaminaba en base de aquellos niños que hubiesen asistido a estas colonias en un solo año o ninguno. En estos seis turnos solían veranear más de setecientos niños y niñas.

La vida en estas colonias se fundamentaba en juegos, sol, playa o montaña. Todo ello eran experiencias que se desarrollaban en plena naturaleza, siendo un buen esparcimiento para recuperarse del esfuerzo del curso escolar. Esa es la base de cualquier campamento de verano que se precie y éstas colonias no eran menos. Los niños hacían amigos, participaban en actividades de grupo, disfrutaban de parajes de gran belleza y aprendían normas de convivencia con el apoyo del personal encargado, que velaban por ellos en los días que estaban fuera de sus casas para que disfrutasen de la nueva experiencia.

El día en estas colonias para los niños comenzaba por la mañana a las 8.30 de la mañana continuando con el aseo como primera actividad del día. A las nueve se realizaba una sesión de gimnasia, la cual se detenía para realizar el desayuno a las nueve y media. Puntualmente, cuando el reloj marcaba las diez, se retomaba la actividad física con un paseo. Hora y media después, se cumplía con los cánones de la época con una obligada sesión de catecismo, al cual le proseguía un relajante baño en el río, en el caso de Tapia, en la mar. Una vez que los niños disfrutaban del paseo, se comía a la una y media de la tarde, la cual contaba con su reglamentaria siesta.

La tarde se iniciaba a las cuatro y media con la llamada "hora azul" y la merienda, retomando hacia las seis de la tarde el rutinario paseo por cualquier zona de la localidad. Como bien imaginará el lector, la religión volvería a estar presente por la tarde para rezar el rosario de las siete y media. Después de tanto deporte y actividad religiosa, los niños cenarían a las nueve de la tarde, acostándose a la diez para reponer energías.

En estas colonias la alimentación siempre preocupó a los jurados de empresa. Por este motivo, siempre fue muy sana y abundante. En el desayuno los niños acostumbraban a tomar café con leche o chocolate como bebida, comiendo pan con mantequilla, queso, dulce de membrillo o nata, siendo la cantidad la que cada uno quisiera, a modo de bufé. La comida consistía en un plato de legumbres como primero, de segundo carne asada, filete, huevos con chorizo o similar; de postre siempre era fruta de temporada acompañada de un buen vaso de leche. Para la cena había sopa, arroz, puré, huevos y, para culminar, tiempos en que los juegos desarrollados por los niños tenían un componente más físico que en la actualidad. Al no haber ordenadores ni videoconsolas, con acceso limitado a la televisión en el concejo al estar ésta en sus comienzos, los menores encontraban en estos campamentos estivales un reclamo para pasarlo bien durante unos días y salir de su círculo habitual.

Los padres solían mandarlos sin grandes problemas, ya que sabían que era un entretenimiento saludable que permitía a sus hijos escapar del calor del estío en las Cuencas y gozar de los saludables baños en el mar o el río, y de los beneficios del clima montaña astur-leonesa o de la costa asturiana.

Paralelamente a estos campamentos de empresas y después de la guerra, se había establecido una política estatal de campamentos de verano destinados al adoctrinamiento y la formación moral. Dentro de las políticas de juventud del régimen, se establecería la creación del Frente de Juventudes y la Sección Femenina. También se pondría en marcha el Sindicato de Estudiantes Universitarios, de carácter vertical. Sería en la década de los años sesenta, cuando el Frente de Juventudes se transforma en la Organización Juvenil Española (OJE). estando especializada en las actividades al aire libre, que continuaría organizando campamentos de verano. Podemos decir que el Frente de Juventudes era como las juventudes del Movimiento Nacional, el único partido político que permitió Franco hasta su fallecimiento.

En los años sesenta del siglo XX, para los muchachos que eran ajenos a Fábrica de Mieres y alguna empresa más, como por ejemplo la Astur-Belga de Minas, los campamentos de la OJE eran la única oportunidad que tenían para salir de la monotonía de la villa o de los pueblos, pudiendo así tener un primer contacto con la naturaleza y comenzar a respetarla. El espíritu de la camadería y la aventura serían los medios mediante los cuales las autoridades fortalecían su visión de la moral y el Estado. Esta organización desaparecería finalmente en 1977, habiendo llegado a aglutinar a más de dos millones de participantes durante toda su andadura.

Generalmente, los que alguna vez tuvimos la oportunidad de asistir a un campamento de verano, atestiguamos haber vivido una experiencia inolvidable, repleta de buenos momentos. Por tanto, el asistir a un campamento resultaba una experiencia diferente a todas las demás, suponiendo la primera ocasión en la que los niños salíamos de casa, alejándonos de nuestros padres, conviviendo con otros chicos en un periodo de vacaciones, libre de los deberes diarios y lo mejor de todo, sin wifi.

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