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Arquitectura

Sáenz de Oiza, dios arquitecto

Una visión de la obra y la personalidad de una figura excepcional

Sáenz de Oiza, dios arquitecto

El profesor Javier Vellés, quien trabajó con él y acaba de publicar un libro (OIZA, Puente Editores 2018), expuso con amplitud sodo lo que sabe sobre Sáenz de Oiza en el Colegio de Arquitectos. Hay una sucesión de celebraciones: por el centenario de su nacimiento; por los cincuenta años de las Torres Blancas, su obra más emblemática; el Banco de Bilbao de la Castellana, que es otro edificio suyo increíble, acaba de ser declarado Bien de Interés Cultural; y en Oviedo también se celebran los cincuenta años del colegio de la Milagrosa, con actos por la efeméride, que se complementarán con otra conferencia de José Ramón Fernández Molina, quie nintervino en el colegio ovetense. El año pasado, en el Colegio de Arquitectos de Madrid, en la calle Hortaleza, al lado de la Iglesia del Padre Ángel, hubo una preciosa exposición con cuidadas maquetas. Además, el programa "imprescindibles", le ha dedicado un capítulo que no deben dejar de ver en "TVE a la carta".

Todo esto, e hitos tan importantes como el Premio Príncipe que recibió, hacen que se produzca un conocimiento general de su icónica obra. La última película de José Luis Cuerda, Tiempo Después, recoge en su cartel el edificio Torres Blancas (algo retocado con photoshop añadiéndole partes del Instituto de Patrimonio Español). Si recuerdan la primera escena de El día de la Bestia, de Alex de la Iglesia, la cruz que cae lo hace en la Iglesia de Aránzazu, una de sus primeras y más logradas obras.

Precisamente en Aránzazu conoce a Jorge Oteiza el escultor, también premiado por el entonces príncipe, y se forma una amistad que durará todas sus vidas. Sus nombres se alían más allá de las coincidencias nominales (Oteiza incluye Oiza), además Jorge Oteiza tenía un genio que se escapaba de sus obras para envolver también a su persona. Al final de sus vidas, Oiza le hizo la fundación a su amigo Oteiza.

Una famosa frase de Stephen Hawking dice que la inteligencia es la habilidad para adaptarse al cambio. Una larga carrera como la suya, fue saltando de estilo en estilo, y buscando en cada momento, dar una solución pregnante, llamativa, con carácter, y vinculada a su tiempo en cada una de sus obras. Esto hace que, en realidad, conozcamos las obras de don Francisco Javier por su singularidad, pero no se ha producido, digamos, un estilo uniforme o reconocible en toda su producción.

Vellés destacaba las matemáticas como invariante, y así es, ya que en aquellos tiempos en los que estudio, los arquitectos hacían previamente dos años de Ciencias Exactas y esto hizo mella en sus diseños, y en la enseñanza (decía:"A quien modula, Dios le ayuda"). Esta búsqueda del momento le llevó en Santander a crear el Auditorio en un estilo postmoderno, cuando creo que ya aburría aquel ismo que, como virus, había prendido fuertemente en obras de arquitectos muy notables como Philip Johnson que hizo el ATT como un mueble bar en Nueva York o James Stirling, que tras una interesantísima etapa brutalista, como Oiza en Torres Blancas, acaba abrazando en aquella galería de Stuttgart, que me dejó totalmente desconcertado, un postmodern que me pareció post mortem...

Cualquiera que lo haya conocido entenderá que el ego de Oiza era enorme, su sabiduría profunda, y por tanto debía de ser tremendamente duro, y gratificante a la vez, trabajar con él (o más bien para él). Pero cuando el jefe mete más horas que cualquiera de sus trabajadores, la explotación se hace deleite, te hace "formar parte de un destino común". Así daba gusto escuchar a Vellés, con el cariño que hablaba de su mentor, aunque otras veces escuchas a otros colaboradores suyos hablar contra el edificio de Santander de tal manera que apetece decirles: ¡desagradecidos!

Vellés comentaba, y no podíamos dejar de sonreír, se preguntaba por qué tenía derecho un ayuntamiento a hacer calles peatonales si tu habías llevado tu coche hasta casa toda tu vida. Parecía que el que hablaba era el mismo Oiza, como cuando se enfrenta a los usuarios de las casas de la M-30 : "Oiga, estudie arquitectura y luego haga usted lo que quiera".

Quizá tantas celebraciones ahora sean una nostalgia de un tiempo en que estudiábamos un tratado que se llamaba Dios arquitecto, y leíamos en casa El Manantial de Aynd Rand, que nos contaba que Howard Roark, el protagonista, estaba por encima de la sociedad. Se intuye que este personaje está inspirado en F rank Lloyd Wright, quien proclamó en un juicio, de sí mismo, que era el mejor arquitecto norteamericano del s. XX y que lo decía porque estaba bajo juramento. No hace falta expresar la veneración que por el americano sentía Sáenz de Oiza...y por sus matemáticas.

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