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Libros

Caspa catalana

Las visiones del conflicto a través de la mirada del abogado Javier Melero y el periodista Albert Soler

Javier Melero, a la derecha, durante el juicio a los líderes soberanistas.

Antes de que se iniciara el juicio a los líderes de la intentona secesionista, el mercado editorial había generado ya más de doscientos títulos relacionados con la gestación y fracaso de la república catalana, que, en otro signo de su modernidad, se pretendía digital y resultó ser muy del papel. El índice de libros sobre esa historia, cuyo desenlace está todavía lejano, se incrementa ahora con los que llevan la firma de muchos de los que vivieron de forma directa la vista de esa causa, sean periodistas que reciclan sus crónicas o abogados que encuentran una vía para mejorar la minuta.

Son libros de coyuntura que apenas sobreviven a los meses siguientes a su aparición, cuando el interés inmediato que los generó decae por completo, y que acabarán sus días con una vuelta al origen: convertidos en pasta de papel. Ese ciclo muestra cómo las pautas de la industria en torno a un objeto que tendemos a sacralizar por efecto de un viejo prejuicio ilustrado en nada difieren de las de cualquier otra sustentada sobre el consumo rápido y el despilfarro de recursos.

Pocos libros presentan condiciones para sobrevivir a la última oleada oportunista en torno al asunto catalán. De entre ellos sobresale El encargo, de Javier Melero, el abogado defensor de Joaquim Forn, el que fuera consejero de Interior de Puigdemont. Que Melero era distinto al resto de los letrados quedó en evidencia desde la apertura del juicio oral, cuando, frente a la cobertura política que los demás buscaban para sus defendidos él anticipó que su propósito consistía en afrontar las acusaciones como lo que eran, un estricto asunto penal. En esa rama del derecho gestó Melero su prestigio profesional, tan aquilatado que consigue incluso ser uno de los abogados a los que la antigua Covergencia recurre de manera continuada pese a no estar en su órbita política (fue uno de los fundadores de Ciudadanos), lo que no deja de tener enorme mérito en un mundo tan clientelar como el catalán.

Melero aporta la visión desde dentro del juicio a los líderes soberanistas de quien conoce muy bien el proceso judicial. Pero el suyo es además el testimonio de alguien escindido por el conflicto catalán, con relaciones en el mundo convergente (entre ellas con Jordi Pujol y su parentela), pero también amigo personal Arcadi Espada, bastión periodístico contra el procesismo. Es una visión escéptica, crítica con las partes enfrentadas, nunca equidistante, contenida y respetuosa con aquello en torno a la que se levanta la vida del autor, el ejercicio del derecho, aunque también deja constancia de las limitaciones de su disciplina profesional, propias de cualquier constructo humano.

El propio título del libro, El encargo, tiene ya un aire chandleriano que tiñe todo el relato. En Melero hay un poso de lector de género negro, con gustos musicales muy enraizados en el jazz, además de aficionado y practicante del boxeo. En su buena escritura se percibe el rastro de todas esas inclinaciones y un trasfondo de muchas lecturas, aunque el libro se resienta del auxilio de un buen editor, algo incompatible con las prisas por llegar a la librería.

El encargo destila un tono melancólico, que el autor supera con el recurso a los placeres de la vida, a todos. Y nos deja además perfiles de los protagonistas del juicio que, pese a sus miramientos, derivan hacia lo caricaturesco: la verbosidad del abogado Pina o las lagunas jurídica de Andreu Van den Eynde, el defensor de Junqueras, que acaba de revelar su dificultad para entender en qué consiste algo tan básico como el "habeas corpus".

El libro de Melero formaría parte ya de un género literario con perfil propio, sostiene Albert Soler, columnista del "Diari de Girona" (del mismo grupo que LA NUEVA ESPAÑA), aunque también pueden catalogarse como manuales de autoayuda, "por lo menos mientras haya dos millones de catalanes que los necesiten para no caer en la depresión". Soler fustiga de modo inclemente al procesismo y a su versión más reciente, el "lacismo". Pero su mérito consiste en escribir desde Gerona, el mismo epicentro de ese proceso que empequeñece Cataluña y la priva de una universalidad admirada en otro tiempo.

El articulista muestra la caspa catalana, la rusticidad que está en el centro del mensaje y la acción institucional de su "Presidentorra" ("aferrado a las ferias del ajo y de la ratafía"), esa invocación a las esencias aldeanas como cogollo de lo que son. Soler va incluso más allá y se atreve a atribuir ese mal de origen al propio carácter de la ciudad en la que vive, la "Girona vacía, ridícula, pedante y construida de cara a la galería(?) provinciana y casposa", "con ciudadanos de roscón dominical y chalet en la costa, preocupados sobre todo por las apariencias, y que miran por encima del hombro a charnegos, inmigrantes y otros animales de clase baja", condiciones todas ellas que, sostiene, la harían acreedora a la capitalidad de la Cataluña actual.

Nos cansamos de vivir bien: la otra cara del procés debe leerse como lo que es, una recopilación de artículos que dibujan el leitmotiv profundo de ese proceso, que el secesionismo encubre con sus proclamas elevadas y su apariencia pacífica. Con quienes pretendieron adueñarse de Cataluña por la vía de los hechos consumados, Soler muestra una desinhibición al límite del ensañamiento, al que no llega porque antes revienta de la risa. La presencia continuada de todo articulista impide cumplir con la máxima baudeleriana de "ser sublime sin interrupción", pero el de Soler resulta un envidiable ejercicio de libertad personal y periodística, que no siempre van juntas.

Leerlo ahora en castellano es una forma de venganza, un alivio y consuelo ante tanto plañiderismo y martirologio con que nos atorran los de la idiocia patriotera. La normalización del conflicto catalán llegará el día en que a Soler lo hagan pregonero de su pueblo.

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