La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De cabeza

Los significados

La grada del Tartiere ya no es aquel viejo palco señorito que se creía en el Bernabéu o en el Camp Nou

No creo que la derrota contra el Zaragoza deba interpretarse como una cura de humildad. Conviene no confundir la alegría con la soberbia. La primera es expansiva y muchas veces se alcanza gracias a lo ajeno y a los demás. La soberbia, en cambio, es un exceso de luz que se aloja en nuestro interior y crece a costa de ese planeta inferior que parece ser el entorno.

Tampoco hay que ver la derrota como un baño de realidad. ¿En qué punto fijo vive anclada la realidad? Nunca queremos reconocer que la realidad muta al mismo ritmo que mutamos nosotros. ¿Qué significa ser realistas? En el fútbol, entre otras cosas, saber que existe la derrota y que es puntual a su cita como pocas cosas lo son.

Anquela resolvió el enigma de un plumazo como ya lo íbamos resolviendo en la grada según pasaban los minutos: hubo un equipo que fue mejor. Punto.

Lo más importante en una derrota es preguntarse por qué se ha perdido, como lo relevante en una victoria es saber que ganar es un accidente. Casi siempre operamos al contrario, creyendo que perder es accidental y así nos va en tantas ocasiones. Colocar las derrotas en el ámbito de la costumbre no significa ser un perdedor. Saber perder y saber que vas a perder es imprescindible para poder ganar. El Zaragoza llegó al Tartiere procedente del Actor's Studio, con el legendario método Stanislawsky de interpretación asumido hasta la última coma. Método que se resume en una proverbial capacidad para empatizar y ponerse en el lugar del otro, siendo ese otro un personaje al que dar juego. Para los aragoneses era fundamental negar el papel del Oviedo, que en el fútbol supone no dejar que tu rival desarrolle su plan. A partir de ahí se fraguó la victoria visitante.

Parece que un marcador contundente no deja espacio para los matices y no es del todo cierto: en cualquier partido hay detalles que, vistos con perspectiva, suenan en los oídos a oportunidades perdidas o a lecturas erróneas. Para aprovechar una oportunidad o leer el renglón adecuado tiempo habrá. Y así lo entendió la afición al final del encuentro que, reprimiendo su disgusto, rompió a aplaudir y a animar a los jugadores azules. La reacción del público confirmó de nuevo que la grada oviedista ya no es aquel viejo palco señorito que se creía en el Bernabéu o en el Camp Nou (que se lo pregunten al bueno de Irureta).

La mayoría de los moradores de aquel palco se fueron con aquella marca blanca que invento el Ayuntamiento. Si volvieron después del ridículo lo habrán hecho bajo una esmerada cirujía futbolística. Es importante que esto quede claro ya de una vez por todas. Quien no lo vea así, o no se ha enterado de nada o es que no se quiere enterar.

Lo que sucedió una vez cumplido el tiempo reglamentario es el futuro, que, a menudo, toma impulso en el pasado. No sabemos el desenlace final de esta Liga pero sí sabemos su significado: lo hemos descubierto después de que el Zaragoza dejara en evidencia a nuestro equipo del alma.

Compartir el artículo

stats