Algún exquisito decidió hace tiempo que un club que cuestiona la labor de los árbitros es un mal perdedor. Debió ser el mismo que acuñó la manida frase de "unas veces te dan y otras te quitan", sin importar a quién y cuándo. El caso es que este mensaje ha ido calando como pocos entre los puristas de tres al cuarto y se ha convertido casi en un dogma irrefutable en los ambientes futbolísticos, salvo para los presidentes de equipos grandes, que pueden despotricar hasta del VAR. Es lícito criticar las órdenes ministeriales, las sentencias del Tribunal Supremo o los discursos del último concejal de Villaquejida, pero los directivos y los entrenadores de tipo medio deben estar callados cuando un colegiado se equivoca, a riesgo de ser descalificados en caso contrario. Según esta exitosa teoría, el empate del Sporting en Albacete fue justo. Pero no.
El equipo de José Alberto hizo en La Mancha un partido serio, como todos los que se han disputado desde que el entrenador del pueblo se sienta en el banquillo. Y mereció ganar porque el rival no metió ningún gol legal. El único tanto ajustado al reglamento fue el de Djurdjevic. Y esa fue la mejor noticia del encuentro porque parece que el serbio se va soltando poco a poco y está dispuesto a responder con gratitud a la inmensa paciencia que las gentes rojiblancas han tenido con él hasta ahora.
Mucho más desconcertante resulta la actitud de Blackman. Según cuentan, anda enfadado por el escaso protagonismo que tiene en el equipo y por su sustitución en Mestalla (donde el Sporting hizo honor a su escudo, condición mínima exigible). Cualquiera diría que el inglés tiene al personal boquiabierto con sus registros anotadores o que media Europa se está llevando las manos a la cabeza por sus hazañas. Esto pasa por traer a jugadores que no saben de qué va la cosa, ni probablemente les interese. Alguien debería leerles la cartilla antes de firmar el contrato. Alguien que conozca el Sporting, claro.
