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De cabeza

El Gran Gatsby

Al Oviedo, como al personaje de Scott Fitzgerald, la decadencia se le atraganta

Dicen que la memoria, al igual que los títulos nobiliarios, se hereda. Y supongo que esa será la razón por la que los aficionados más jóvenes del Oviedo, a pesar de no haber visto a su equipo en Primera, lo sienten como a un veterano que aún pudiera vivir de fiesta en fiesta. El Oviedo es ese anciano que no aparenta la edad que tiene, convencido de que, el que tuvo, retuvo. Cuando en la grada se canta "Volveremos, volveremos otra vez", más que reparar una ausencia o apurar el tiempo, se está recurriendo a una línea de continuidad alterada tan solo por "pequeñas" intermitencias como descender a Tercera.

Y no es que el Oviedo peque de grandonismo, no se trata de eso.

No es que se crea inmortal y no respete a los rivales; por ejemplo, antes del partido contra el Nàstic, yo vi resaltar en la prensa algunos datos del conjunto catalán que me hicieron pensar que íbamos camino de una encerrona. El asunto es otro bien distinto: el Oviedo es como Jay Gatsby, el personaje de Scott Fitzgerald: un tipo tan acostumbrado al lujo y a la buena vida que no admite la decadencia, se le atraganta. Un hidalgo puede pasar por malas rachas pero siempre recurrirá a la riqueza de sus recuerdos. No admitirá ante un sirviente su descalabro, se alimentará de añoranza y sonreirá de manera un tanto postiza.

Que un equipo que pelea por no descender exija en dos ocasiones la mejor versión de nuestro portero Nereo Champagne es la síntesis de lo que es la Segunda División. A Gatsby no le gusta madrugar y en la Liga española, jugar un partido a las doce de la mañana se le parece bastante. El Oviedo cumplió con lo que se esperaba de él y vía libre para el derbi.

Anquela ratificó lo que anticipó su lugarteniente Bolaño: si ganamos, dijo, hay que celebrarlo, pues la permanencia estará conseguida. El míster fue más allá y dejó ver un poco de perplejidad y enfado al no entender la total indiferencia ante el dato. Según él, en otros equipos en los que entrenó, si se llegaba a los cincuenta puntos, se hacía una fiesta. El hecho de que no sea así, afirma, es para hacérnoslo mirar. Tal vez Anquela no sepa quién es Jay Gatsby (no es necesario para ser entrenador de fútbol), si lo supiera, entendería que la fiesta, en determinadas circunstancias, no es un capricho, sino una expresión vital. Romario necesitaba salir a bailar para marcar goles. Se puede ser humilde y amar la juerga. Querido míster, el Oviedo ni es un desclasado ni un soberbio. Simplemente, no celebra fiestas en vano. Gatsby llevaba una vida extravagante y organizaba esos cachondeos salvajes para llamar la atención de Daisy, la mujer de la que estaba enamorado.

Querido míster, tú espera a que venga Daisy y ya verás.

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