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Ganando en el Saúl de los recuerdos

El capitán del Oviedo y la improvisación - en la era de la disciplina en el fútbol

Todos tenemos en la cabeza un derbi por venir resumido en una jugada. Lo primero que nos atrapa no es el día entero, esa excepción en nuestro envejecimiento. Ni siquiera es todo el partido, demasiados minutos para la urgencia de nuestras neuronas. Lo primero en que pensamos cuando se asoma un Sporting-Real Oviedo es algo fugaz para que nos dure toda la vida. Lo primero es un destello, un toque, un pase. Y hasta un gol.

Hola Saúl.

Ya sabemos que el fútbol santificado es el de la intensidad. "Si sudáis estaréis salvados", dijo un dios menor a sus discípulos. La carrera, el marcaje, el choque, la contención del rival, la portería a cero... Jugar para presionar en vez de presionar para jugar. Los equipos se llenan de futbolistas y van perdiendo jugadores. Regatear es pecado, pararse es de cobardes, que inventen ellos... Estamos en la era de la disciplina y resulta que nos habíamos apuntado al fútbol por los desobedientes.

Mira, es Saúl.

No me imagino a un solo niño del mundo deslumbrado por un pelotazo. Salvo que le dé en la cara, claro. De hecho, se han dado casos de hospitalización en víctimas de fútbol directo. Iban a una fiesta y se encontraron una guerra. Sin embargo, todos volvemos a ser guajes cuando un jugador dribla, cuando da un pase sorpresa o cuando tira una pared. Así, sin sudar.

Con ustedes, Saúl.

Mi cabeza lleva ya varios días con aquella vaselina en Almería, el control y la caricia de toque de gol ante la salida del portero del Tenerife, el pasazo interior a Toché entre el enjambre defensivo de un equipo que iba de amarillo y del que no recuerdo su nombre o el baloncito suave a Linares contra el Lorca. Tengo un amigo vasco que dice que el mejor gol de la historia del Eibar lo metió Berjón cuando jugaba allí. Y, mientras, mi cabeza está en aquel autopase de Saúl para tocar luego a Aaron que dejó el año pasado a Huesca tan muda como su H.

Creo que fue el baloncestista Toni Kukoc el que dijo que una canasta hace feliz a un hombre, pero una asistencia a dos. Saúl Berjón debe ser feliz. Un tipo que hasta hace bonito el balón parado, los corners, las faltas y todo eso, debe ser especial. Yo lo he visto sonreír en una rueda de prensa, hablar sin el piloto automático, decir que este derbi es "como la final de la Champions... sin ser una final" y mirar a los ojos a los periodistas.

Es Saúl.

Hay en él un fútbol sutil que no se anuncia. Es algo de lo que te das cuenta en cuanto pasa, un instante que no veías venir pero que estaba ahí, en algún sitio, suspendido en el tiempo a la espera de su talento. Kant escribió: "Lo sublime conmueve, lo bello encanta". Igual estaba pensando en los saúles de la vida, que para eso era filósofo.

Ésta es una columna exagerada y radical. Sé que, afortunadamente, Saúl Berjón no es el mejor jugador del mundo y que mañana puede fallar. Y hasta perder. Y sé que el fútbol físico merece respeto, que sin equipo no hay juego, que esto es cosa de todos.

Pero tenemos a Saúl.

Cuentan que un día Saúl Berjón estaba parado con su coche en un semáforo mientras caía la mundial. Vio a un chaval de pie en la acera, bajó la ventanilla y se ofreció a llevarlo adonde fuera para que no se calara hasta los huesos. No sé si será verdad, pero es una gran asistencia.

El derbi ya está en nuestras tripas pero aún no se ha jugado. Por eso tenemos que ganar en el Saúl de los recuerdos.

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