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Pablo González

Por lo menos, una satisfacción

La importancia de los tres puntos por encima de cabezas frías y corazones calientes

Es la hora. El último derbi asturiano de la temporada ya está aquí salvo tragedia regional en los cruces del play-off. Habrá que esperar a que lleguen los calores del verano para saber si se reeditará la próxima temporada o si se tomará un descanso si alguno de los dos -el pleno parece complicado- logra un puesto en el ascensor vip hacia Primera.

El Sporting es el que más se juega en el envite. Ganar mantendría vivo su recuperado sueño, aunque muy complicado, de asaltar el sexto puesto después de lograr tres victorias consecutivas por primera vez en la temporada. Pero también porque, con el añito que lleva sobre sus hombros, la Mareona se merece una alegría o, al menos, no tener que aguantar toda la semana a los vecinos con cara de adolescentes orgasmados por primera vez.

Además, a los rojiblancos ya les toca saber lo que se siente al ganar un derbi, porque desde que el Oviedo dejó atrás la flagelante etapa en el barro los partidos de máxima rivalidad son de color azul. Pero, al final, la celebración, si el triunfo se queda en El Molinón, no debería ir más allá de la satisfacción del deber cumplido, de echar otros tres puntos al zurrón, y no caer en la autocomplacencia, en la imitación, en creer que el triunfo justifica la temporada como si fuera la final de la Liga de Campeones. Más que nada porque el Sporting, ya sea por los millones que sus responsables se han dejado en la gatera de la planificación de este proyecto o porque el escudo se merece otra cosa que vagar por mitad de la tabla de Segunda, debería estar dando bastantes más satisfacciones a los suyos.

La victoria también vendría bien para que el Sporting viva la recta final de la temporada en tensión (competitiva) y no caiga en el aburrimiento de no jugarse nada. Esto podría socavar la confianza (a regañadientes) que los que mandan han puesto en José Alberto. El club, inmortal visto lo visto y sufrido lo que le han hecho sufrir, no está para embarcarse un verano más en derribarlo todo para empezar de nuevo.

Pero al final el derbi acaba siendo de la gente, de los que pagan religiosamente su entrada, su camiseta oficial, de los que se chupan ocho horas de viaje -igual que ocurrió en la primera vuelta- para recorrer 28 kilómetros. Cierto es que la seguridad, por encima de todo, que alrededor del fútbol hay mucha tropa con el cerebro en la sección de congelados, pero, ¿hay que tratar a todos por igual? ¿No hay forma de separar los garbanzos negros del resto en la sociedad de la huella digital, el chip, el GPS, los collares eléctricos para el ganado...?

El derbi no puede ser de los que consideran que el espectáculo hay que darlo fuera del campo, a los que el fútbol les importa tanto como a un mono el Renacimiento o el arte callejero de Banksy. El derbi es de Isabel y Minucha, las socias más veteranas de ambos equipos que esta semana desgranaron sus experiencias en LA NUEVA ESPAÑA, o de Juanín Zarracina y Donato Aumente, históricos utilleros de Sporting y Oviedo que hicieron lo propio. O de los muchachos y muchachas de ambas canteras que sueñan con disfrutar de un derbi desde el pasto y que han ido apareciendo estos días en las páginas de este periódico. Todos cruzarán los dedos, o rezarán un padrenuestro, como Gómez Cuesta y Pochi, para que la felicidad caiga del lado de los suyos.

Así deseará que sea José Alberto. El técnico rojiblanco se estrena en un derbi con el discurso del "partido a partido" por bandera. Ya nadie habla de play-off, aunque un triunfo ante el vecino puede colocar al Sporting a un golpe de cadera de la promoción, algo descartado hace un mes. Cuando menos, el cuadro gijonés debe presentarse con la intención de competir, no como sucedió en la primera vuelta, y aplicar lo dicho por JA esta semana: "Cabeza fría, corazón caliente". Y ya puestos, darle a los suyos una satisfacción, que ya va siendo hora.

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