No te imaginas cuánto te he echado de menos estos meses. Recuerdo que cada mañana me abrazabas con ternura mientras posabas tu mochila en el primer rincón que encontrabas. Yo a veces te regañaba. No me gustaba verte cargar tanto peso a tus espaldas sin darme cuenta de que junto aquellos libros desgastados, paseaban también tus inquietudes, emociones y sueños. He echado de menos tu mirada cómplice y tus ánimos en mis días más difíciles. Solo tú conseguías que las tardes frías y lluviosas de invierno fueran especiales, porque a pesar de estar más cansado que yo, aún te quedaban fuerzas para hacerme un genial retrato. Me enamoré de tu mirada angelical desde el minuto uno y aunque a veces no siguieras mis consejos, nunca los cuestionaste ni dejaste de creer en ellos. Te fuiste empapando de mis historias, acariciando mi alma... Le has dado vuelta a mi vida haciéndome sentir para ti una de las personas más importantes de la tierra, esta tierra que hoy pisas y que seguirás descubriendo día tras día... Gracias a ti he rescatado cuentos, globos, disfraces, música, juegos, anécdotas, oraciones y cultura. Gracias a ti he vuelto a ser niña de nuevo. He aprendido a jugar, a escribir poemas y a saber que cuantas más gominolas comes... más quieres. Ten por seguro que siempre estaré a tu lado, te ayudaré a conseguir metas, disfrutaré con tus éxitos y, si me dejas, volaré contigo hasta que aprendas a planear solo, sin miedo y en equilibrio. Guardaré orgullosa tus dibujos y dedicatorias, tus palabras de agradecimiento y tu sincera mirada, esa que tantas veces me ha reconfortado ante cualquier problema. Gracias, querido niño, porque sé que tú tampoco me dejarás sola. Tal vez un día mi vida esté en tus manos... ¡Quién sabe si serás el médico que siempre quisiste ser...! Si llega ese momento, recuerda que fui yo, tu maestra, la que te enseñó las partes del corazón. Te quiero por siempre.
