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Querido Sagrado Corazón

Desde hace casi cien años, pendiente de Gijón y sus gentes

Todo Gijón sabe que estás ahí, desde hace casi cien años, en lo más alto de la iglesia, contemplando esta bonita ciudad, y el ir y venir de la gente, con una mano señalas tu corazón para que te miren, y con la otra bendices esta montaña de mediocridad que somos los hombres, porque no dejas de ser misericordioso.

Hoy, los cristianos desconocen la buena noticia del evangelio, tus recorridos por Galilea, tus sueños de misericordia, tus encuentros con la gente por los caminos, el programa "peligroso" de las Bienaventuranzas. Casi nadie se acuerda de la grandeza de la eucaristía, ni que te detuvieron en el Huerto de los Olivos. Igual que en el evangelio, cuando la multitud, se escandalizaba del Ecce Homo; hoy le invade la indiferencia si alguien menciona el Sagrado Corazón. Y me pregunto, ¿Todo lo que has hecho por nosotros va a ser inútil?

Pienso en tu corazón, traspasado por la lanza del soldado, siempre amoroso para los niños, las mujeres, los marginados, los enfermos, los ancianos, pero nosotros, ciudadanos del siglo XXI, nos hemos olvidado de Tí, como si hubieras fracasado en tu misión. Y así se lo dijiste a Santa Margarita María de Alacoque, cuando con el corazón abierto le confiaste: "He aquí el corazón que ha amado tanto a los hombres. Y en reconocimiento no recibo de la mayoría sino ingratitud".

Miro tus ojos acostumbrados a contemplar el amanecer junto al mar, las barcas de pesca, las llanuras de Galilea, los caminos polvorientos de Samaria, la ciudad de Jerusalén, el atardecer del verano, el ir y venir de la gente. Y ahora tus ojos parecen cansados y tristes. Y me pregunto:¿Esto es lo que Tú querías redimir? ¿Viniste para unos hombres que no se enteran de nada?

Cuando te despojaste de tu grandeza, sabías que los hombres somos "poca" cosa. Somos una montaña de incomprensión, de injusticia, una ola de mediocridad y de hastío, "eso" es el hombre. Pasan los siglos y seguimos tropezando en las misma piedras. Por "eso", porque somos unos desagradecidos, necesitamos de tu redención y de tu amor. Nunca te agradeceremos bastante, que te hayas hecho uno de nosotros, y mendigo de nuestro amor.

Como eres misericordioso, seguimos acudiendo a Ti, en los dolores y en los cansancios, buscando en tus palabras ese amor que nosotros nos sabemos producir. Tu corazón nos sigue dando fuerza. Tus manos sostienen las nuestras. Y aunque a veces nos olvidemos, y te maltratemos, sabes que Tú eres el único amor, el último amor.

Ya sé que somos descreídos y fanfarrones. Pero tú eres de los nuestros. Y, aunque a veces sintamos vergüenza de ser hombres, porque te ofendemos, tú eres de los nuestros. Y porque nos quieres, puede que no estemos tan podridos como parece.

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