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Crítica / Música

Un canto optimista a lo cotidiano

Oscar D'Aniello, "Delafé", lleva quince años creando y girando discos por todo el país. En este periplo, ha cambiado de compañeros de viaje ("Facto", "Las flores azules") y se ha acercado a diferentes lenguajes que van desde el pop y el soul a la electrónica, pero nunca ha perdido el sello personal que, desde su exitosa irrupción en el panorama musical allá por 2004, hizo su propuesta inconfundible. En su último trabajo, "Hay un lugar" (2019), hay más electrónica, pero sigue primando la eufonía sonora y la fluidez que caracterizan el sonido "Delafé". El sábado su gira llegó a Gijón y la sala Acapulco fue el punto de encuentro para el centenar de seguidores que se entregaron al torrente musical de esta formación barcelonesa.

El secreto de "Delafé" está en acertar con la combinación de elementos. Compases de cuatro tiempos, pulsos marcados, secuencias armónicas amables y sin complicaciones que se reiteran para crear un colchón sonoro sólido y con timbres cálidos. Sobre esta base, los teclados y la guitarra acústica ponen detalles de color y humanizan aún más una sonoridad que deja todo el protagonismo a las voces. Aquí, la complementación también es perfecta, porque la declamación rapeada y calmada de Óscar dialoga a la perfección con las partes cantadas y los coros de Marina Prades.

"Delafé" rapea, pero sin agresividad, sin estridencias. Su apuesta es más cuidar la articulación de frases, jugar con las pausas, con la prosodia de las palabras y con la rima para controlar el fluir de cada tema. No es un músico combativo de grandes causas sociales, pero en las letras de sus canciones hay mucha política para quien se quiera parar a escuchar. Historias de lo cotidiano que dibujan rutinas, frustraciones y decepciones, pero también anhelos, esperanzas y sueños propios de la sociedad en la que vivimos. Puede parecer contradictorio, pero es una realidad que todos experimentamos en nuestro día a día.

Toda esta atmósfera sonora y narrativa se impregna de optimismo, sobre todo cuando se vive en directo. El pasado sábado, los primeros segundos de "Patria mía", que abrió el concierto, acompasaron el movimiento de los presentes en un vaivén que discurriría por diferentes intensidades, pero que no cesaría hasta el final. "Delafé" hace esa invitación a bailar explícita tanto en su diálogo con el público como en la letra de algunos de sus temas más conocidos ("Espíritu santo"), y el respetable responde de buen grado. La fuerza de una multitud moviéndose acompasada genera una energía empática muy contagiosa, y es un ingrediente fundamental que hace que en los conciertos de esta formación se respire buen rollo.

Hubo momentos para la nostalgia generacional en la letra de "Mixtape", pero también en la interpretación de aquel "Mar el poder del mar" que todos escuchamos ya hace tres lustros. "Enero en la playa" puso el punto final a un concierto que rondó las dos horas, un directo diseñado como una pausa vital, como un paréntesis en el que olvidarse de todo y dejarse llevar.

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