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Antonio Rico

Olga en el aire

Se llamaba Olga Pendones Olmos, y solo tenía 27 años. Murió el pasado jueves, y los que la conocimos no encontramos consuelo ni siquiera recordándola tal y como fue. Creo que Olga no está en el cielo ni, mucho menos, en ese infierno con océanos hirvientes golpeando playas negras del que hablaba el poeta John Milton. Tampoco en ese ridículo purgatorio en el que ya no creen ni los que lo inventaron. Creo que Olga no está en el Valhala, ni en los Campos Elíseos, ni en el Paraíso de los Juncos, ni en ninguno de los cientos de paraísos salidos de la imaginación de los hombres. Creo que el nombre de Olga no perdurará a través de los siglos, como el de Aquiles, el de los pies ligeros, o el de Héctor, domador de caballos. Creo que el cuerpo de Olga no volverá a este mundo ni a ningún otro. Creo que el recuerdo de Olga, inmenso y efímero como un amor de verano, será como esos amores eternos que canta Joaquín Sabina y que duran lo que dura un corto invierno. Creo que Olga no dará nombre a una calle de Gijón, aunque es probable que sí demos su nombre a uno de esos árboles que tanto amaba. Creo que las cosas materiales que Olga dejó en este mundo se pudrirán y desaparecerán, porque ese es el destino de todas las cosas materiales, incluidos los tesoros de la tumba de Tutankamón que ahora están en un museo con temperatura controlada y que solo pueden ser tocados por expertos con guantes blancos. Creo que las huellas de Olga se perderán porque todos caminamos por este mundo como si pisáramos el mar. Creo en todo esto y, sin embargo, también creo que todo esto es lo que me permite decir que la sonrisa de Olga será eterna mientras dure.

Porque nadie sonreía como Olga. Nadie. Y nadie sabía escuchar tan bien. Y Olga ya no está, pero sí está su sonrisa y, por tanto, su recuerdo. Creo que Olga no nos está escuchando hablar de ella. Pero, si lo hiciera, sonreiría. Es suficiente. Los que no conocieron a Olga tienen que saber que el mundo es más bonito porque ella estuvo aquí. Los que conocimos a Olga lo sabemos y eso nos consuela de que ya no esté. ¡Ah! ¡Ese es el consuelo que estaba buscando! Hasta la sonrisa de Olga se desvanecerá algún día, pero el mundo es más luminoso gracias a esa sonrisa. Todo lo sólido se desvanece en el aire, pero es que Olga ya es aire.

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