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Amalia

Repaso a la vinculación de la esposa de Fleming con Gijón en el aniversario del fallecimiento del científico

El 11 de marzo de 1955 fallecía en Londres sir Alexander Fleming, científico de renombre mundial por su descubrimiento del uso de la penicilina como antibiótico, una auténtica revolución sanitaria que, desde la década de 1940, salvó millones de vidas y que le valió el premio Nobel de Medicina.

El óbito tuvo una reacción inmediata en Gijón de mano del doctor Avelino González -su obra capital fue la puesta en marcha de la Gota de Leche y el Instituto de Puericultura- tras haber vivido en persona como aquel medicamento había evitado una muerte segura a uno de sus nietos. Su objetivo fue certero: materializar el primero monumento que en el Mundo estuviese dedicado a la memoria del médico escocés, una idea que ya había comenzado a mover un par de años antes. El éxito de la propuesta fue inmediato hasta el punto de que medio año después se inauguraba la obra en el parque de Isabel La Católica, gracias a la aportación económica de 12.000 suscriptores y bajo proyecto del arquitecto Luis Moya que incluía la intervención del escultor Manuel Álvarez-Laviada.

Para el acto de inauguración organizado para el domingo 18 de septiembre, el Ayuntamiento de Gijón invitó a Amalia Fleming, a quien la prensa nombró generalmente como Lady Fleming o la viuda de Fleming y muy pocas veces incluyó su nombre de pila. Amalia, de origen griego y 30 años menor que él, había contraído matrimonio con Fleming en 1953 -para ambos eran sus segundas nupcias- tras haber comenzado a trabajar como investigadora en su laboratorio unos años antes.

Lady Fleming llegó al aeródromo de Llanera el 17 de septiembre desde donde se trasladó a Gijón para seguir un apretado programa oficial. Cumplió con creces su cometido según lo esperado por las autoridades y la sociedad del momento, totalmente enlutada asistió a todos los compromisos programados y vivió con emoción la inauguración del monumento tras lo que abandonó Gijón impresionada por el constante respaldo popular recibido.

Aunque es muy difícil de constatar con veracidad debido al corsé que limitaba las crónicas periodísticas de entonces, parece que Lady Fleming sólo se salió en una ocasión del guion estipulado, provocando una situación insólita. Dentro del programa establecido se incluía una visita a las fiestas de Cimavilla, prevista para la noche del sábado 17 con el fin de asistir a la verbena de las fiestas de La Soledad en un acto convenientemente preparado.

Sin embargo, aquel día, tras haber comido en el hotel Hernán Cortés, disfrutado de las vistas de Gijón desde el alto del Infanzón, visitado el pabellón del Club de Regatas y antes de asistir a una recepción vespertina en el Ayuntamiento, parece que la ilustre visitante pidió ir al Barrio Alto a media tarde. El revuelo fue monumental y, aunque la prensa local lo relate con conveniente protocolo, Amalia y su comitiva de damas gijonesas se vieron envueltas por una algarabía de mujeres, niños y marineros que acompañaron, besaron y vitorearon a la viuda en agradecimiento por su visita al barrio a lo que ella respondió con una familiaridad que impactó a todos. Es muy probable que de este contacto directo literal surgiese la tradición del homenaje que Cimavilla efectúa todos los años desde entonces en septiembre ante el monumento a Fleming.

El día 18, en una soleada mañana de un último domingo de verano, la inauguración se formalizó brillantemente, tal y como podemos ver en el NO-DO 664 del 26 de septiembre de 1955, disponible en la web de Radio Televisión Española.

Hasta aquí todo más o menos conocido, pero ¿y la protagonista? Lady Fleming, la viuda Fleming, era Amalia Koutsouris (1912-1986) y ya en aquel septiembre de 1955 tenía en su haber muchos mas méritos que su viudedad. La prensa local nunca hizo constar, y en aquel Gijón de 1955 nunca se supo, que Amalia se había licenciado en Medicina en Atenas, especializándose posteriormente en bacteriología y desarrollando una sobresaliente carrera como investigadora, lo que la llevó a conocer a su segundo marido. Tampoco supieron nunca gijonesas y gijoneses de su arriesgada labor dentro de la resistencia griega frente a la ocupación nazi, acabando confinada en prisión durante seis meses antes de ser condenada a muerte, desenlace que evitaron las tropas británicas que participaron en la liberación de Grecia.

Después de dejar Gijón en 1955, Amalia mantuvo con orgullo toda su vida el título de Lady Fleming, participando siempre en cuantos homenajes después del de Gijón se hicieron al que fuera su marido a lo largo de todo el mundo.

Continuó su carrera de investigadora en bacteriología, retornando a Grecia a comienzos de la década de 1960 para centrar sus esfuerzos profesionales y económicos en la creación de la Fundación Alexander Fleming en Atenas, consumada en 1965, que se convirtió en un importante centro de investigación sin ánimo de lucro especializado en el ámbito de las ciencias biomédicas.

Con el inicio de la dictadura de los coroneles, Amalia participó activamente en la oposición contra los golpistas denunciando internacionalmente las violaciones de los Derechos Humanos que se estaban produciendo en su país, consciente de la repercusión y el respeto que mantenía el apellido Fleming a nivel mundial. Y, nuevamente, Amalia acabó siendo detenida y encarcelada en 1971, siéndole retirada la ciudadanía griega para finalmente ser deportada forzosamente al Reino Unido.

En el exilio, su labor se centró entonces en denunciar la terrible situación de los presos políticos en Grecia y en mantener una campaña internacional continua contra la dictadura griega -en Londres formó un activo trío reivindicativo junto a sus compatriotas la actriz Melina Mercouri y la editora de prensa Helen Vlachos- hasta que se consumó la caída del régimen en 1974.

Recuperada la democracia, pudo retornar a Grecia, uniéndose al PASOK y siendo elegida miembro del Parlamento Griego en 1977, 1981 y 1985. Durante esa década también fue nombrada miembro de Amnistía Internacional y de la Comisión Europea para los de Derechos Humanos. Tras su fallecimiento en 1986, uno de los hospitales de Atenas lleva su nombre.

En Gijón, puede que aún alguien recuerde la visita de la viuda Fleming en aquellos soleados días de aquel septiembre de hace 65 años y, quizá, hoy se sorprenda de quién fue realmente Amalia.

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