Gijón redobló ayer su particular pulso al coronavirus. Tras otro contundente paquete de medidas del Ayuntamiento, la ciudad se fue apagando poco a poco, sin que nadie tuviera que darle la orden de ponerse en guardia ante el avance de la pandemia. Decenas de comercios bajaron las persianas, unas cuantas empresas mandaron al personal a casa con un ordenador bajo el brazo, muchos bares de copas ni siquiera encendieron las luces, los clubes deportivos bloquearon sus tornos y hasta la última asociación de vecinos tiró a la basura el calendario de charlas, coros y danzas. Las calles se quedaron vacías en este rincón bullanguero con cimientos de salitre donde quedar para ver o dejarse ver es la única forma de vida. Lo peor está por llegar, pero que sirvan estas primeras horas de espontánea disciplina como motivo de ánimo.