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CRÍTICA / MÚSICA

Despliegue de colorido orquestal

La OSPA vuelve al Jovellanos con un repertorio sinfónico contemporáneo para encarar el otoño

El coronavirus nos ha robado una primavera (y gran parte de un verano) de música sinfónica. La OSPA actuaba en el teatro Jovellanos por última vez el pasado 27 de febrero dejando en el aire el resto de la temporada. Sin embargo, el otoño de la orquesta este año parece que se adelanta, y se anticipa al inicio de la temporada con un concierto que, en su título, "La seronda", desvela una actitud determinante y una apuesta por un otoño musical a pesar de las restricciones de los conciertos en la nueva normalidad.

Un aforo extremadamente reducido y un patio de butacas embalado en plásticos hacían notar que nada era normal, pero lo importante era que la música volviera a sonar en el teatro y que la orquesta se reencontrase con su público. En ese sentido, los primeros compases de la "Sinfonía nº 3" de Bohuslav Martinù sonaron a reconquista, y la dinámica variante y el clima de expectativa con el que comienza la obra hizo que la llegada del tema en las cuerdas cobrara aún más fuerza.

El "allegro moderato" inicial está lleno de contrastes de todo tipo y, a medida que avanza, se llena de colorido orquestal sumando sugerentes timbres de todas las secciones del conjunto. El "largo" se presenta más contenido, pero la expresividad de las cuerdas construye un auténtico muro de sonido que genera tensión, mientras que la irrupción violenta del tercer movimiento da paso a una sucesión de secciones en las que se aprecia la influencia del neoclasicismo de Stravinsky. La OSPA demostró que durante el parón de los últimos meses no ha perdido un ápice de su magnífica compenetración como conjunto. Cada sección tuvo sus pasajes para destacar, pero sin duda, fue el buen entendimiento entre todos los músicos lo que hizo que la obra de este checo brillara en el Jovellanos.

Sin pausa, llegó la "Rapsodia sobre temas moldavos" de Mieczysaw Weinberg, una obra de atmósfera cambiante en la que se suceden los contrastes de todo tipo. El aire de la música popular moldava se conjuga con las melodías y las prácticas de interpretación de origen judío, que son fácilmente reconocibles en las cuerdas. Pero, de nuevo, fue la compenetración de la OSPA lo que logró dar brillo a una pieza que discurre por momentos muy dispares en apenas quince minutos. La directora Marzena Diakun se empleó a fondo en la batuta para controlar y dar indicaciones precisas en cada momento; quizás la amplitud de su gestualidad vinera dada también por las limitaciones de comunicación que imponen las mascarillas.

Fue un recital breve, pero muy intenso. Un feliz reencuentro con la música sinfónica y con la OSPA que avanza una temporada incierta, pero que la orquesta asturiana encara decidida a hacer sonar su música en los teatros de la región. En este sentido, este avance de temporada es toda una declaración de intenciones.

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