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Fernando Granda

Cuando nací en Cudillero

Una visita a la villa pixueta

Natural de La Felguera, también nací en Cudillero. Dos localidades que celebran al mismo patrón, San Pedro. Abrí los ojos una tarde en la que los felguerinos subían de jira a Castandiello, al prau de Gafures para merendar y rubricar la fiesta sanpedrina. Un festejo que en tiempos crecía y agrandaba su fama. Por eso nunca iba a Cudillero, a L'Amuravela, a celebrar la singular ceremonia pixueta.

Se cumple ahora un cuarto de siglo de una de mis diversas visitas a esta bonita villa, cuando fuimos a pasar el día al pueblo de la sinuosa bajada el antiguo puerto ballenero, hoy uno de los emblemas de la belleza natural de Asturias. Recorrimos sus marineros rincones, sus típicas tiendas, sus casas de blanco y azulino y junamos sus ancestrales curiosidades. Contemplamos el pueblo desde el Pito y desde el puerto. Admiramos las faenas de pescadores, de pescaderos, de los pixuetos.

Tras un largo recorrido por la población nos fuimos a comer a unos de los muchos refectorios que hay por la plaza de la Marina. Pedimos mejillones y otros platos de pescado de los que llegan a diario a la lonja local. Rico y sabroso todo, disfrutamos intercambiando cucharadas para saborear la comida típica del lugar. Habíamos elegido una mesa que nos permitía comer mientras contemplábamos la vida diaria de la plaza.

Después de comer dimos una vuelta por el puerto en espera de que abriesen los comercios pues queríamos llevarnos de recuerdo una plaquita de escayola que representaba las casas típicas de Cudillero, la lonja, el Ayuntamiento, las casitas de la Marina? Las habíamos visto en el escaparate de la tienda de regalos y productos asturianos al lado del restaurante. Terminado el paseo decidimos ir a descansar un rato al coche que dejamos aparcado en la plaza del Comercio. Amenazaba lluvia y era el mejor sitio para refugiarse en caso de chaparrón.

Momentos después de sentarnos en el coche me empezaron a picar zonas de la espalda y del pecho y al rascarme noté que comenzaban a aparecer bastantes puntos rojos, una urticaria que anunciaba una posible alergia. Y al mismo tiempo un sofoco iba en aumento. Unos minutos después la urticaria se extendía y los picores empezaban a no ser soportables. Arrancamos el coche y volvimos al centro de la villa. Allí preguntamos por un ambulatorio, un médico o un centro de salud. Nos indicaron que subiésemos calle arriba y casi al final de la sinuosa vía encontraríamos un médico en un centro de salud o de urgencias.

Casi sin ver por dónde íbamos llegamos al ambulatorio cuando un empleado estaba cerrando sus puertas. Al presentarnos nos dijo que era el médico de guardia y que iba a cerrar la sala pero al ver mi estado, con la urticaria en la cara, en el cuello, en los brazos dijo: "Entre y túmbese en la camilla que ahora mismo le pongo una inyección". Se me estaba nublando la vista y me parecía sufrir un amago de broncoconstricción pues respiraba con dificultad, supongo que por el nerviosismo, y los picores eran generales pero me proponía no rascarme para evitar erupciones. El doctor, cuyo nombre lamento no saber, me inyectó un antihistamínico. La urticaria fue palideciendo, los picores desaparecieron poco a poco y la calma me produjo un pequeño adormecimiento. El susto se iba disipando. Respiramos aliviados. Entre los tenues sueños que me entraron al relajarme tras la inyección me pareció oírle al médico una frase en broma para calmarnos: "No ha sido nada. Han tenido la suerte de que me encontrasen aún cerrando. Pero ya vuelve a la vida".

Volví en varias ocasiones a Cudillero. Me encanta el pueblo. Hace medio siglo que nací en él. Me considero pixuetu.

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