La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Relatos sobre vitela

El Puente Vieyu de L'Ynfiestu

El símbolo más importante de Piloña

Sin nostalgia alguna pero embargado por los sentimientos profundos que aún comparto con la memoria de muchos piloñeses, recuerdo el Puente Vieyu de L'Ynfiestu, símbolo del municipio y evocación de identidad por antonomasia de la villa de Infiesto. En el fatídico lunes, día de mercado, 18 de octubre de 1937, una carga de dinamita borró para siempre de nuestra memoria gráfica aquel esbelto viaducto, que se erguía sobre las aguas del llamado río Grande o Piloña, a su paso por la villa, resaltando , con sinuosa y escuadrada cantería a modo de blasón, entre el inmediato caserío que a sus expensas se organizaba constituyendo el plano urbano de la consolidada población.

No era el momento ni, obviamente, se daban las circunstancias necesarias para su reconstrucción, sólo como medida de emergencia se recurrió a facilitar el paso con unos pontones de madera que con el tiempo fueron sustituidos por vigas de hormigón que actualmente permanecen. Desgraciadamente ya son muchas las generaciones que transitan por el lugar sin saber o ser conscientes de la importancia histórica de los enormes bloques de piedra que aún se localizan en el curso fluvial. El puente no era un equipamiento estrictamente local, ya formaba parte desde la Edad Media de la red de caminos reales que vertebraban el Principado, y su consideración queda avalada en la cédula real de 1716 de Felipe V que expresamente lo considera "uno de los principales para el tránsito y salida de ese Principado a los nuevos reynos de Castilla, Galicia, señorío de Vizcaya y otras partes de puertos de mar".

En el primer tercio del siglo XVI el puente ya era punto de recaudación del portazgo, impuesto de tránsito de personas, animales y mercancías y, por tanto, hacía funciones de puerta de la villa. Ya venía de largo su tradición y su existencia, pues con fecha 20 de octubre del año 1300 el maestrescuelas de la iglesia de Oviedo, Roy Díez, otorga en su testamento "a la ponte del Infiesto quatro faniegas de pan descanda e de panizo" para su mantenimiento o conservación. Eran pocos años antes de aquella centuria en los que se había constituido la entidad municipal y en los que las grandes riadas obligaban a mantener vías tan necesarias. De hecho, fueron muchas las reparaciones que el Principado se vio obligado a realizar en el transcurso de los siglos, pero fue de gran envergadura la ocasionada por las "grandes avenidas y crecientes" del año de 1691. En aquella ocasión se vieron obligados a contribuir económicamente a la reedificación "todas las villas y demás pueblos de veinte y quattro leguas en contorno al de aquella villa" de L'Ynfiestu. El proyecto y reedificación corrieron a cargo del maestro de arquitectura Francisco de la Riva Ladrón de Guevara, el arquitecto que tras las obras del Ayuntamiento y convento de San Francisco de Oviedo, se erige, según el profesor Ramallo, en la máxima figura establecida en Oviedo, a quien se encarga lo más selecto, fundamentalmente, de la arquitectura palaciega de la ciudad, los palacios de Camposagrado y el del Duque de Parque. No consta en la biografía de tan afamado maestro obra de importancia en el medio rural, tan sólo esta del puente de Infiesto y la que pocos años después ejecuta en el santuario de la Cueva por voluntad testamentaria del alférez Real don Juan Blanco, y que consistió en levantar a la entrada del santuario otro puente de similares características al de Infiesto y una nueva capilla para la Virgen titular, que algunos conocimos como de San José, ejemplo de proporcionalidad arquitectónica, armonía y estética deslumbrante al ser cubierta por bóveda de media naranja avenerada.

La obra del puente de Infiesto de tan ilustre arquitecto tuvo que ser reparada, de nuevo, por los desperfectos causados durante la guerra de la Independencia, según constaba en lápida incrustada en su arquitectura: "A costa del Principado. Año 1816".

Es evidente que hoy no podemos acudir a ninguna instancia oficial para recuperar el símbolo más importante de nuestro concejo. Está claro, pero no por ello deja de ser motivo de iniciativas que alguna vez mantuve en animada conversación con mi buen y culto amigo José María Aladro.

¿No podemos los piloñeses de alguna manera recuperar la identidad histórica de nuestro concejo? En modo alguno la obra excedería nuestras posibilidades, y al fin y al cabo, buenos ejemplos tenemos en pueblos bien cercanos que saben velar por el patrimonio de su territorio.

Compartir el artículo

stats