Las ciudades no tienen ideología. Pero deben tener un plan. Y para tener un plan, necesitan una clase dirigente con la altura de miras suficiente para proyectar a más de cuatro años vista. Y para proyectar a más de cuatro años vista son necesarias primero la humildad para entender que cuatro años no son nada y que alguien vendrá detrás de ti; y, después, la generosidad de interiorizar que hay miles de personas que no te votaron, que habitan en tu ciudad y a las que también debes tratar de hacer la vida mejor. Ambas consignas son válidas para gobierno y oposición. Sentido de ciudad, se llama.

Oviedo, a día de hoy, no tiene un plan. Los ovetenses no sabemos qué ciudad vamos a ser en el corto y medio plazo. Y, sin embargo, desayunamos cada día con broncas entre los concejales de distintos partidos. Con reproches, incluso, dentro del tripartito. Todo lo que hace la actual corporación está mal para los anteriores gestores. Todo lo que hizo el anterior equipo de gobierno está mal para los actuales. Y así es imposible.

Da la sensación de que el único plan del Partido Popular es esperar a que llegue 2019, basándose en una especie de encuesta de percepción mezcla de opiniones personales y de críticas en redes sociales, que les lleva a creerse la falacia de que todo lo que hacen los actuales gestores está mal hecho. En el otro lado, la sensación es que el tripartito recurre a la misma falacia pero en pasado: los anteriores gestores lo hicieron todo tan mal que solo podemos tratar de arreglar sus supuestos desmanes. Ambas son falsas. Y ambas perjudican a la ciudad.

Según el recuento oficial de las elecciones municipales de 2015, 37.088 ovetenses votaron al Partido Popular; 20.514 a Somos Oviedo; 19.385 al PSOE; 9.972 a Izquierda Unida; y 9.139 a Ciudadanos. Un empate técnico en votos a izquierda y derecha, pero suficiente para que la izquierda se hiciera con el gobierno de una ciudad que necesitaba aire fresco: 6 legislaturas del mismo color son demasiadas. Aún más con el carácter que había tomado la última etapa de Gabino de Lorenzo.

"Un nuevo varapalo para las pretensiones del tripartito", decía el portavoz popular en relación al segundo archivo del expediente de Villa Magdalena. Oiga, no, mire usted. El varapalo es para todos los ovetenses. Un varapalo de 45 millones de euros, en concreto. Que no va a la cuenta de ningún partido, sino al de las arcas de la ciudad, que no es ni del PP, ni del PSOE, ni de Somos ni de IU. Es de los ovetenses.

Mientras los 27 concejales del ayuntamiento de Oviedo no se metan en la cabeza que gobiernan y hacen oposición para todos los ovetenses, será complicado avanzar; mientras se escuden y regodeen en los errores de sus compañeros de otro color, la ciudad seguirá parada; y mientras piensen que el futuro de la ciudad se puede diseñar sin contar con la mitad de sus habitantes, ese futuro estará basado en la división y será, por lo tanto, oscuro tirando a negro.

Ser concejal no debe ser fácil. Se trabaja mucho, con una gran responsabilidad y, por lo general, se reciben muchos reproches. Debe ser aún más difícil hacerlo siempre desde la revancha o desde el desprecio por sus compañeros de corporación, a los que se tilda de "enemigos".

Pero claro, para que eso no suceda se necesita querer a la ciudad más que a tu partido o a tu ideología. Amarla, entenderla y buscar su progreso y el de sus habitantes. Y sus habitantes no se llaman PSOE, Somos, PP, IU o Ciudadanos. Se llaman Wenceslao, Ana, Agustín, Rivi o Luis. Oviedo no necesita siglas, partidos ni ideologías. Necesita hombres y mujeres de ciudad.