"La vida secreta de mamá" es una comedia sencilla que funciona, que tiene por protagonista a la familia, aunque el fiel de la balanza escénica se inclina -ya el título lo anuncia- hacia la madre como personaje principal, al ser la víctima expiatoria desde la que se hace el testimonio y la acusación. Porque se trata de una pieza sin grandes astracanadas que contiene tipos y estereotipos con algo de melodrama, pero que tiene como móvil a una esposa abnegada que desea emanciparse, logrando momentos de humor que se siguen con interés, por más que una traca final de reproches y confesiones con deriva al culebrón y moralina explícita, infantilice un poco el resultado.

El planteamiento inicial muestra a un matrimonio con dos hijos y una hija. El marido fue despedido del trabajo recientemente. La hija está embarazada y casada con Andrés, que acaba de ser nombrado director gerente de recursos humanos donde trabajaba su suegro. Un hijo se encuentra en Arabia Saudita y dice ocuparse del Ave que llega hasta La Meca. La llegada de una pitonisa y profesora de yoga a domicilio que aconseja a la señora de la casa que explore y despierte su sexualidad siguiendo por internet el tutorial "Conócete a ti misma profundamente", hará que la trama se enrede con unos cuantos malentendidos. Como se da la peculiaridad de que los hijos no viven con los padres, el Skype es el flujo intermitente que engrasa la acción y el medio que utilizan para comunicarse. Sin que resulte extraño que alguna situación puntual nos recuerde al Rajesh de "The Big Bang Theory" mintiendo a su familia.

Sandro Codero es el actor enlatado que no pisa la escena y representa desde el reino saudita al hijo virtual enfrascado en asuntos turbios, bien persiguiendo a una doncella o en un zoco trapicheando con dios sabe qué. Sus esporádicas apariciones proyectadas, disfrazado o acreditando una falsa naturalidad, logran momentos muy divertidos. Al igual que la joven Lidia Méndez -y eso que as bruxas canto máis vellas mellor-, tan precisa y excelente de pitonisa televidente que hasta es capaz de soltar el texto haciendo el pino. Rubén Torres hace de yerno socarrón al viejo estilo de las comedias comerciales de toda la vida. Y a mí me encanta. Y García Ballesteros, Miguel Pérez Polo y Concha Rodríguez, que consigue mantenerse de prota indiscutible haciendo el tutorial con nocturnidad y alevosía, le dan al trabajo un aire costumbrista muy oportuno, pues se trata de un texto que soportaría otras propuestas igualmente efectivas. Hay temas colaterales que condimentan el argumento aunque el principal es la apariencia y la mentira en el seno familiar, por eso en la pared del fondo hay un retrato gigantesco con todos los miembros y al lado unos cuadros con orlas universitarias de estudios que nunca se cursaron. ¿Les suena? Pese a que la obra de Concha Rodríguez se ha estrenado hace tiempo, es justo ahora cuando está de rabiosa actualidad, pues la realidad política imita a la ficción.

Con un sofá en el centro y unas patas con transparencias iluminadas en los flancos -aunque la iluminación iba un poco baja para ser una comedia- Sergio Gayol y el escenógrafo le dieron al montaje la sencillez que requiere. Y el público disfrutó con la función.