El Naranco como solución. Así podría calificarse el discurso que la práctica totalidad de los grupos municipales sostienen desde hace años -sino décadas- como panacea de los males que aquejan al tráfico rodado en la ciudad. Una solución que, lejos de serlo, podría convertirse en un nuevo problema que mermara las ya exhaustas arcas municipales y reincidiera en los mismos errores de planteamiento urbano que se tratan de solucionar en la Ronda Sur o en Santullano.
La ejecución de una obra como la propuesta en los últimos días resucita de nuevo el fantasma de que el Naranco se convierta en el sostén por el que discurra una vía de alta capacidad que, apoyada en la ladera o bajo el monte, transformaría la fisonomía del mismo y que, a buen seguro, tendría un gran impacto sobre su geomorfología, fauna, flora, patrimonio y sobre los propios vecinos.
Más allá de la Ronda Norte, y su enorme costo y complejidad, existe la posibilidad de ejecutar una serie de actuaciones de pequeño calibre que, en conjunto, articularían las entradas y salidas de la zona oeste de una manera más rápida, eficaz y a un menor coste. De esta manera, la ampliación de Nicolás Soria -tras años de retraso, los mismos en los que la ciudad crecía hacia La Florida y Las Campas-; la construcción de la vía rápida a Santa Marina de Piedramuelle; y, no menos importante, el reordenamiento del tráfico en la glorieta de Luis Oliver, pueden ser algunas soluciones reales, prácticas, fácilmente ejecutables por el consistorio y prontamente tangibles para la ciudadanía.
En la época del cambio climático y la concienciación medioambiental, Oviedo debe apostar por un cambio de paradigma urbano en el que la ciudad y el campo circundante no levanten barreras mutuas. La auténtica solución pasa por dejar de ver el Naranco como una excusa.
