La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica / Música

La OSPA al ritmo de la modernidad

Un concierto exigente y arriesgado

Conciertos como el del pasado viernes, sirven de termómetro para medir el nivel y la exigencia de una orquesta y su conexión con el público. Un concierto para piano de Bartók, una sinfonía de Sibelius y una obra de Lutoslawski conformaban un programa exigente y arriesgado, que fue solventado sin aparentes dificultades por la OSPA, sin duda alguna gracias al minucioso trabajo realizado durante la semana.

Nunca antes la "Música fúnebre" de Lutoslawski había emergido de los atriles del Auditorio Príncipe Felipe a manos de la agrupación asturiana, y su ejecución no defraudó. A la empastación de la cuerda se unieron la recreación en la sonoridad y una buena explotación de la densidad sonora en algunos pasajes, frente a otros con una textura más liberada. La obra no deja de ser un homenaje a la figura de Bartók (uno de los referentes del compositor polaco), algo que se percibe en la influencia que recibe de la "Música para cuerdas, percusión y celesta" o mediante el empleo del sistema dodecafónico a través de las sucesivas repeticiones de intervalos de segunda menor y tritonos, procedimiento ya empleado por el húngaro. Baldur Brönnimann (director invitado para esta ocasión) sacó partido de la direccionalidad musical de la obra, concebida como un gran arco sonoro, manejando las dinámicas con gran efectismo y habilidad.

El "Concierto para piano n.º 3 en mi mayor" fue la última obra compuesta por Béla Bartók antes de su muerte, y contiene todos los rasgos que caracterizan su producción. Sus estudios del folclore, de la tímbrica de los diferentes instrumentos y del ritmo, quedarán latentes en esta obra a través de pequeños pasajes modales y de una orquestación muy colorista, que requieren para su correcta ejecución de una orquesta muy ajustada y versátil.

Al margen de la orquesta, debemos valorar al joven solista Vadim Kholodenko, que vertió sobre la interpretación toda su técnica y virtuosismo, quizá por momentos algo percutivo, pero con una asombrosa vitalidad y gran riqueza en los matices. A esta gran actuación del pianista se sumó la más que acertada dirección de Brönnimann, sobria pero muy clara en el gesto, lo que sin duda contribuyó a que la complejidad rítmica de la pieza, fuera atenuada por la seguridad y precisión de la que hizo gala la orquesta.

Otro punto a destacar del concierto de Bartók es la constante presencia del número tres (un concierto en tres movimientos, cada uno de ellos dividido en tres partes) y cómo está compuesto en base a la sección áurea, que vertebra cada frase musical de la obra, como si de un lúdico ejercicio de fractales se tratara. Este hecho, que parecería propio de una música sesuda y difícil para el oyente, no está reñido con la jovialidad que se desprende del concierto del húngaro.

La segunda parte estaba reservada para la "Sinfonía n.º 3 en do mayor" de Jean Sibelius, una obra singular en su producción, que por medio de una economía de medios y de la simplicidad alcanza una gran expresividad, demostrando el oficio compositivo del finés.

El primer movimiento, en forma sonata y con reminiscencias Beethovenianas estuvo muy equilibrado sonoramente, y el tercero, orgánico y propio del estilo más reconocible de Sibelius en sus poemas sinfónicos, muy sólido. No obstante, el segundo movimiento fue el que más destacó debido al lirismo de sus melodías, desarrolladas fundamentalmente en el violonchelo y el viento madera, acompañadas por los pizzicatos en la cuerda o algún tenuto en los instrumentos graves, que conformó una sonoridad de gran belleza, ideal para que Brönnimann lo moldeara a su antojo con inteligencia, recreándose en su lirismo y ciñéndose a un buen fraseo para potenciar su carácter meloso.

En definitiva, una buena interpretación de "Música fúnebre" en la primera vez que era abordada por la orquesta del Principado, un concierto muy complejo solventado por un pianista de altura y una brillante ejecución de la sinfonía de Sibelius, en una noche en que la OSPA se mostró muy concentrada y segura de sí misma, con un sonido homogéneo y equilibrado en cada una de las piezas que el público ovetense agradeció con sonoros aplausos.

Compartir el artículo

stats