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El Otero

El "hospicio" del Naranco

Supe por LA NUEVA ESPAÑA que la residencia para mayores del Naranco reabrió sus puertas el pasado miércoles tras el desalojo de sus 152 residentes, en junio de 2013, debido al deterioro de las instalaciones. Supongo que muchos recordarán lo que era el espacio que ahora ocupa: el Colegio Provincial de Niños. Para los que vivíamos en el Vallobín y subíamos a jugar allí con cierta frecuencia, o como atajo para subir a las alturas de la Cuesta, era, sencillamente, "el hospicio", nombre heredado del antiguo hospicio, cuya construcción se inició en 1752 por orden del entonces regente de la Audiencia del Principado de Asturias, Isidoro Gil de Jaz, hoy hotel de la Reconquista. Eran otros tiempos y otras necesidades. Ahora, con una pirámide de población más compleja, se precisan más residencias para mayores y faltan niños. Pero la noticia me recordó aquel edificio cercano, rodeado de inmensas praderías y, una vez más, incentivó mi curiosidad por saber más sobre aquellas instalaciones. El Colegio Provincial de Niños, obra del arquitecto Manuel Bobes Ortiz, se inauguró el 1 de noviembre de 1961. El coste, de 316 millones de pesetas, corrió a cargo de la Diputación Provincial. Su gestión fue encomendada a los salesianos quienes, un año después, se harían cargo también de la Fundación Masaveu. Según informaba el periódico entonces "setenta y un niños viven ya en el establecimiento, otros setenta y tres, los restantes, llegarán uno de estos días". El vicepresidente de la Diputación, Carlos Sánchez Yepes, y el director de la antigua residencia, Fernando Valdés Hevia, se habían trasladado en la tarde del día anterior a una colonia de verano próxima a Candás para acompañar a los niños. Según la noticia, "a las cinco de la tarde la expedición arribaba al nuevo colegio en el Naranco. En la entrada les recibieron el presidente de la Diputación, don José López Muñiz; el diputado provincial don Antonio Morales Elvira; el director del centro, padre Monje, y los demás padres salesianos". Tal evento tenía que ser celebrado con regocijo, tal es así que "apenas los vehículos se acercaron al colegio, voltearon las campanas de la capilla en alegre saludo a los niños que estrenaban su nueva casa". Como no podía ser de otra manera, la primera visita fue a la capilla "donde rezaron la salve y recibieron la bendición de María Auxiliadora". Acto seguido, conocieron el resto de las instalaciones para continuar con una sesión de cine en el amplio salón de actos, en la que se repartieron castañas en recuerdo del milagro de su multiplicación, un 1 de noviembre, en una excursión con don Bosco. Desde entonces, en los centros regidos por los salesianos se reparten castañas en esa fecha "de las que se comen y no de las de pegar". Una de las novedades que sorprendió a los niños fue la posibilidad de tener cada noche una sesión de televisión. La cena, compartida con las autoridades, fue copresidida por uno de los niños, Ángel Llana, "un rapaz de Arriondas, moreno, despierto, vivo y que fue el primer colegial que hizo entrada en la casa".

En un interesante blog de antiguos alumnos del centro encontramos un ilustrativo testimonio: "Llegamos no sé si en el 61 o el 62 al Colegio del Naranco. Cuando llegamos ya estaba allí un grupo de los mayores; veníamos todos del antiguo hospicio provincial que hoy es el hotel Reconquista de Oviedo. Posiblemente fuera en el otoño del 61, después de venir de la residencia veraniega que la Diputación tenía en Antromero, cerca de Candás, donde nos llevaban todos los años uno o dos meses a la playa. El colegio era nuevo a estrenar, nunca habíamos visto semejante lujo (éramos pobres de solemnidad; por no tener casi no teníamos ni la vida). Allí nos dieron de todo, cosas que nunca habíamos visto en la vida, ropa nueva, jabón, peines, pasta de dientes, toallas, pijamas... ¡Uf! Todo un lujo para nosotros que veníamos de dormir de a dos en jergones de paja de maíz; y allí eran Flex y cada uno con su mesita de noche".

En el centro se impartían estudios de Formación Profesional en la rama de metal y contaba con un taller de ebanistería y carpintería. Antiguos alumnos aseguran que "era frecuente que desde el propio colegio se facilitase la inserción laboral de los alumnos". Uno de ellos narra su experiencia: "D. Ezequiel me llevó al despacho del alcalde y este me colocó en unos talleres que había en la Argañosa, allí cerca del colegio; eran unos talleres grandes de construcción de máquinas para cerámicas del ladrillo; se llamaban Industrias Fernández. Yo tenía 17 años y D. Ezequiel me dijo que podía estar un año o así trabajando y viviendo en el colegio y que ahorrara el dinero, pues luego tendría que enfrentarme solo al mundo". Los cambios sociales y demográficos condujeron al centro a una situación cada vez más compleja. El curso 86-87 fue el último gestionado por los salesianos. Quién sabe, tal vez, los ancianos que deambulan hoy por los pasillos de la flamante residencia escuchen los ecos de las voces de aquellos niños que encontraron en ese edificio su hogar. Es cuestión de escuchar?

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