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El Otero

Siempre niños

Celebrar la ilusión propia o ajena, sin nostalgias estériles

Hace unos días vi "Polar Exprés", película animada dirigida por Robert Zemeckis en 2004 y que narra las peripecias de un niño en la noche del 24 de diciembre, cuando comienza a perder la creencia en Santa Claus y en el espíritu de la Navidad y lo que conlleva. Al final de la película, cuando se despierta la mañana de Navidad, en medio de la confusión sobre lo real de lo vivido en esa noche, se encuentra un cascabel que el propio Santa Claus le había regalado. Y las imágenes finales son una locución del niño, ya adulto, en la que dice: "Hubo un tiempo en que todos mis amigos podían oír el cascabel pero conforme pasaban los años dejó de sonar para ellos. Hasta Sara descubrió una Navidad que ya no podía oír su dulce tintineo. Aunque ya soy viejo, el cascabel todavía suena para mí. Como suena para todos aquellos que realmente creen". Sin ánimo de desvelar más detalles de la película, me pareció un canto a la amistad, a la solidaridad, a la fe en uno mismo, a creer en aquello que no vemos y a la ilusión.

Y si algo caracteriza a esta jornada que hoy marca en rojo el calendario es eso: la ilusión. La ilusión de los niños que miran, nerviosos y curiosos, los regalos que se tornan sorprendente milagro. La ilusión de unos padres que, viendo la mirada de sus hijos, por unos segundos regresan a unos días de Reyes que vuelven hoy para interpelar al niño que todos seguimos llevando dentro. La ilusión de los abuelos que descubren en sus nietos el sentido de la felicidad y que, cerrando un circulo vital, vuelven a ser niños de nuevo cuando la vida les hace traspasar el umbral de esa puerta sin retorno de la avanzada ancianidad. Y a pesar de que palpitantes recuerdos de imágenes vividas en torno a Reyes Magos y juguetes ansiados nos asalten no es día para nostalgias estériles. Es día para celebrar, sonriendo, la ilusión propia o ajena que, a veces, se festeja más. Ayer las calles, asfaltadas de esa mágica ilusión, la mejor de las esperanzas, eran de los niños. Y da igual que sean de 6 o de 56. Eran de ellos. Siempre fue así. Y así debería de seguir siendo. Es la magia que aún nos hace creer en lo más inverosímil o en aquello carente de toda lógica, ¡qué mas da! ¡Creamos! ¡Soñemos! Sintamos los nervios como si la vida se plegara sobre sí misma y se hubiera congelado en ese recuerdo concreto de aquella cabalgata especial. De aquel despertar de Reyes que logró que no consintamos que algunos de nuestros mejores recuerdos se duerman para siempre.

En esa maravillosa historia fruto de la fantástica imaginación de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, se dice que todos los adultos han sido niños alguna vez aunque pocos lo recuerdan. Pues démonos hoy el gusto de seguir sintiéndonos niños. De vivir este día de Reyes como aquel en el que apenas podíamos conciliar el sueño porque un eléctrico sentimiento de hormigueo incesante nos recorría de arriba abajo.

El pasado ya no es y el futuro no es todavía. Y no lo digo yo, es certeza de San Agustín. Así que, supongo, anclarse en el pasado es tirar el tiempo. El presente es lo único que tenemos y en él. y desde él, trabajemos por el futuro que ansiamos.

Pero, al menos hoy, seamos de nuevo los niños que fuimos.

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